Hay quien se enamora de un acento, otros de un riff de guitarra y otros de unos ojos bonitos. Y luego están los que caen rendidos ante un suelo de madera desgastado o una moldura del XIX. En el mercado inmobiliario madrileño, este tipo de flechazos ocurren a diario. Pero como recuerda Paula Mena, arquitecta y fundadora del estudio Estudio Yeyé, “el encanto de techos altos, suelos antiguos o grandes ventanales nos deslumbra y nos hace pasar por alto aspectos fundamentales”.
Y eso no lo dice cualquiera. Mena y su socia Ana Blasco se dedican precisamente a encontrar las joyas que otros descartan, esos pisos con potencial oculto que, con una buena lectura arquitectónica, pueden convertirse en hogares únicos. La diferencia, dice, está en saber mirar: “Lo primero que hacemos es analizar la estructura de la vivienda para saber qué elementos podemos modificar y cuáles no. Ese análisis técnico nos permite ver el espacio ‘desnudo’ y entender hasta dónde puede transformarse”.
El arte de ver más allá de las humedades
¿Un ejemplo real? Casa Nido. Una vivienda que los propios clientes de Estudio Yeyé habían descartado por completo antes de contratar al estudio. “Cuando nosotras se la propusimos de nuevo, lo hicimos con una propuesta de redistribución completamente distinta. Al verla con nuevos ojos y entender el potencial que les planteábamos, se entusiasmaron”, cuenta Mena. El resultado: operación cerrada con éxito y en buenas condiciones económicas.
La clave reside en entender qué se puede conservar y qué hay que rehacer sin que salten todas las alarmas del presupuesto. “Muchas veces las ventanas originales son preciosas, pero habrá que cambiarlas o complementarlas para garantizar un buen aislamiento térmico”, advierte. Lo mismo ocurre con los suelos desnivelados, que exigen rehacer toda la superficie. O con los muros de carga, que limitan drásticamente cualquier idea de tirar tabiques como si no hubiera un mañana.
Frente a este tipo de trampas, Mena insiste en un enfoque realista: “La principal trampa es no evaluar de forma realista qué se puede conservar, qué se puede transformar y qué implicaciones económicas y técnicas conlleva todo ello”.

Casa Campari
Sergio Pradana
Entre la memoria y la reforma
Eso no significa renunciar al carácter de una vivienda antigua. De hecho, gran parte del sello Yeyé está en saber conservar lo valioso. “Nos encanta mantener la estructura vista del edificio si está en buen estado. Si es de hormigón, la dejamos al descubierto para resaltar la honestidad del material. Si es metálica, la pintamos con algún color llamativo”, explica la arquitecta.
También tienen debilidad por los radiadores antiguos, que restauran y pintan con tonos potentes. Y por los suelos de madera: “Si nos encontramos una tarima en espiga, tratamos de conservarla. Con roble es más sencillo; con pino, más complejo, pero siempre intentamos buscar soluciones”.
En uno de sus proyectos más especiales, Casa Campari, rescataron una baldosa hidráulica que apareció durante las demoliciones y la integraron en la reforma. En otro, reutilizaron el mármol de un antiguo mueble para crear un escalón de acceso. “Ese tipo de detalles nos encanta, porque aportan memoria al proyecto”, dice Mena.

Casa Paloma
Sergio Pradana
Reparto libre de espacios y cariño por los materiales
Por mucho que nos guste el pasado, las distribuciones antiguas rara vez encajan con la vida de hoy. En Estudio Yeyé no temen a la redistribución radical: “Antes, las casas estaban muy compartimentadas. Hoy buscamos espacios amplios, conectados y llenos de luz. Cuantos menos tabiques, mejor”, afirma.
Esa filosofía también pasa por adaptarse a las posibilidades estructurales. “Las viviendas con estructuras de pilares permiten mucha más libertad. Al no tener muros de carga, podemos eliminar todos los tabiques y replantear el espacio según las necesidades actuales”, señala.
Pero, una vez más, la clave está en encontrar el equilibrio. “Aunque transformamos la organización del espacio, siempre intentamos incorporar guiños al pasado a través de materiales o decisiones de diseño”, dice Mena.
Y es ahí donde entra en juego el segundo gran superpoder del estudio: la sensibilidad por los materiales. Nada de decoraciones impostadas ni paletas forzadas. “No hace falta llenar los espacios de colores estridentes, pero sí elegir bien los materiales, las texturas y los detalles que dotan a cada vivienda de personalidad”, afirma.
Sus aliados más fieles son la piedra, la madera, los textiles bien elegidos y, sobre todo, un diseño que no pierda el alma de la vivienda original. “Nos gusta que el espacio respire, que tenga carácter, y que transmita calma”, resume.
La vista larga
Reformar no es maquillarse para una cita. Es, más bien, un ejercicio de convivencia a largo plazo. Y para eso hace falta rigor, paciencia y alguien que sepa ver más allá de las molduras. Porque un suelo bonito puede enamorar a cualquiera. Pero convertir un piso viejo en un hogar a medida es otra historia.
Ahí es donde entran profesionales como Paula Mena y su equipo, que no buscan casas perfectas, sino casas posibles. Y que, cuando encuentran una con techos altos y suelos antiguos, no se dejan llevar por la emoción. Se detienen, analizan, sueñan con los pies en la tierra. Y entonces, sí: empieza la transformación.