Una alfombra bien colocada, un aroma imperceptible pero agradable o la temperatura justa al entrar por la puerta. A veces creemos que estamos valorando una casa, pero en realidad la casa ya nos ha valorado a nosotros. O, más precisamente, nos ha provocado una serie de reacciones que se desencadenan antes de que logremos incluso nombrarlas. Como si el cuerpo llevara años entrenándose para saber si un lugar nos conviene.
Esa especie de inteligencia pre-verbal es la que lleva estudiando desde hace más de dos décadas Sara Escolà, asesora y profesora de artes orientales, al frente de la sede europea del Feng Shui Cultural Center International. "Entrar por primera vez en una vivienda no es solo una experiencia visual: es una vivencia sensorial completa. Sin darnos cuenta, nuestro cuerpo ya ha tomado decisiones antes que nuestra mente", explica. Lo sabe por formación, por experiencia y por observación. Y lo explica con claridad quirúrgica.

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Kelly Hurd
La casa como relato sensorial
Desde la psicología ambiental y la neuroarquitectura, muchos estudios han comprobado que la mente recurre a atajos cuando debe procesar entornos nuevos. "Son sesgos cognitivos que el cerebro utiliza para tomar decisiones rápidas, especialmente en situaciones donde hay mucha información sensorial”, dice Escolà. Uno de los más conocidos es el sesgo del halo: basta un único estímulo agradable (una entrada con luz natural, un suelo bien mantenido, una fragancia sutil) para que toda la casa gane puntos. Esa primera impresión se convierte en un filtro que matiza el resto de la experiencia.
A este le sigue el sesgo de anclaje, un clásico de la economía conductual, pero que también se aplica al diseño y la arquitectura. "Ese primer estímulo visual o sensorial que recibimos se convierte en una especie de referencia involuntaria. A partir de ese momento, toda la experiencia queda coloreada por esa impresión inicial." Da igual que intentemos ser objetivos: el cerebro ya ha establecido un punto de partida emocional.
Estas ideas, que en Occidente parecen relativamente nuevas, ya estaban muy presentes en el Feng Shui ancestral. "Desde hace siglos, mucho antes de que las ciencias occidentales les pusieran nombre, desde la visión del Feng Shui ya se observaba con detalle el poder simbólico y energético de lo que aparece ante nuestros ojos al atravesar un umbral." Por eso, insiste en cuidar lo que se ve al abrir la puerta de entrada: no es una anécdota decorativa, es una señal emocional que deja impronta.
Otro de los sesgos habituales es el sesgo de familiaridad, que tiene un carácter más emocional y sutil. "Tendemos a sentirnos más cómodos y a valorar más positivamente aquello que se parece, aunque sea vagamente, a lo que ya conocemos", dice Escolà. Esto incluye desde la disposición del salón hasta los tonos de las paredes o el ambiente general. La sensación de "esto ya lo he vivido" genera confort… aunque no sepamos bien por qué.
Y por último, el efecto de encuadre, que suele pasar desapercibido pero tiene mucho poder. "Tiene que ver con cómo se nos presenta la información. El orden del recorrido, la forma en que se abren las puertas, lo primero que se muestra o se esconde… Todo ello construye un relato espacial que influye en nuestra percepción." Si la narrativa espacial está bien armada, la casa se percibe como armónica desde el primer paso.
Home staging: más que una puesta en escena
"Una casa bien decorada no solo se ve mejor: se siente mejor", dice Escolà. Y lo dice como quien sabe que está tocando un punto sensible, ese momento en el que alguien visita una vivienda y, aunque sepa que el sofá, la lámpara y el jarrón no están incluidos en la venta, siente una conexión inmediata con el espacio.
La técnica del home staging se basa justamente en eso: generar un relato emocional. "No busca ocultar defectos, sino crear una narrativa visual y sensorial que nos ayude a imaginar la vida en ese lugar", señala. Imaginamos cómo sería desayunar ahí, cómo entrar la luz por las ventanas, cómo encajaríamos en esa coreografía doméstica. "El orden, la luz, las proporciones y la armonía estética no solo ayudan a que la vivienda ‘luzca mejor’: le dan sentido, le dan forma."
Y en ese sentido, la decoración no es simplemente una cuestión de gusto, sino de comunicación emocional. "El cerebro interpreta esos estímulos como señales de claridad, de seguridad, de posibilidad", dice. Aunque sepamos que los muebles no se quedan, la casa ya nos ha contado una historia que queremos creer.
Lo emocional gana por goleada
Los expertos en comportamiento llevan años repitiéndolo: muchas de nuestras decisiones importantes no se toman desde la lógica. "Lo que nos lleva a elegir un lugar, una casa o un objeto no es un razonamiento lógico, sino una red de señales sutiles, casi invisibles, que captamos sin darnos cuenta", explica Escolà. Esa coherencia profunda, esa sensación de "esto encaja conmigo", es la que rige el modo en que valoramos un espacio. Y no es una ilusión: "Podríamos llamarlos impulsos irracionales, automáticos, neurológicos o incluso energéticos".
Cuando un espacio está bien presentado nuestro sistema nervioso lo traduce como bienestar. Y esa percepción es tan poderosa que, en muchas ocasiones, termina teniendo más peso que cualquier dato objetivo. "No estamos simplemente viendo muebles bonitos: estamos recibiendo un mensaje que nuestro sistema nervioso interpreta como bienestar", concluye.