Quien haya intentado leer en una sala de espera iluminada con tubos fluorescentes entenderá que no toda luz sirve para todo. Y quien haya comprado una lámpara preciosa para el salón sin comprobar primero cómo se siente al encenderla, también. La iluminación, ese aspecto de la arquitectura tan aparentemente técnico, tan supuestamente “fácil”, tiene una incidencia directa en cómo nos sentimos, nos activamos o descansamos en un espacio. Y sin embargo, se suele decidir al principio del proceso, con la vivienda aún vacía y la vida por estrenar.
"Creo que el error más común es iluminarla antes de irse a vivir allí", afirma Ana Mombiedro, arquitecta, investigadora y neuropsicóloga que investiga y divulga desde hace años cómo influye el entorno físico en nuestra actividad cerebral y emocional. Su libro Neuroarquitectura, aprendiendo a través del espacio ha servido como introducción (y como revelación) a muchos diseñadores que quieren ir más allá del gusto o la estética. Porque una casa bonita no siempre es una casa que te cuida.
Luz, cuerpo y cerebro
La luz artificial ha permitido extender el día más allá del ocaso, trabajar de noche o cenar a la luz de una lámpara colgante en pleno invierno. Pero esa "luz eterna" también trae consecuencias si no se gestiona con criterio. "Hay una iluminación muy diferente cuando te acabas de levantar, a mediodía, por la tarde, por la noche… incluso iluminación de verano e iluminación de invierno", explica. El cuerpo humano, que sigue ciclos naturales marcados por el sol, necesita distintos tipos de luz para mantener su equilibrio.
"La luz fría por la mañana activa la secreción de neurotransmisores que nos mantienen despiertos", cuenta Mombiedro. "Y por la tarde o noche necesitamos luz cálida, puntual, que rebaje un poquito la actividad del sistema nervioso". El problema viene cuando se instala un sistema de iluminación general, sin capas ni matices, y con puntos fijos que no se adaptan al día a día de quienes viven allí.
Esa rigidez genera entornos planos, sin profundidad visual ni riqueza cromática: "porque al final la luz es el color", recuerda. También dificulta que la casa evolucione con sus habitantes. "Tener iluminación puntual, cálida, regulable —y no solo en intensidad, sino también que la podamos mover— hace que sea más sencillo que los usos de la vivienda cambien y muten. Eso es un enriquecimiento para la persona". Algo especialmente importante en casas con niños, donde los espacios se transforman casi a diario.

Los materiales y colores neutros elegidos buscan darle más luz al interior
Germán Cabo
La casa circadiana
¿Y si la casa pudiera acompañar los ritmos naturales del cuerpo? Ana Mombiedro habla del "hogar circadiano", una casa que acompasa su luz, natural o simulada, con los ritmos del día y de las estaciones. “Lo ideal es despertarnos con la luz del amanecer y acostarnos con la luz del anochecer o del anochecer. Si esto no es posible, intentar simularlo con luminarias artificiales”. No se trata de llenar la casa de gadgets, sino de tener herramientas que nos permitan modular el ambiente.
Por eso es clave poder regular la intensidad de la luz, tanto natural como artificial. "Hay días nublados, días lluviosos, días muy soleados… Es importante regular la intensidad de la luz en la casa con las luminarias, pero también regular la intensidad de la luz natural que entra, especialmente en los países mediterráneos", explica.
Y ahí entran en juego elementos tan clásicos como las persianas o las cortinas. "Si lo que queremos es bloquear la radiación, tenemos que poner las persianas por fuera para que no se caliente el vidrio de la ventana", detalla. En invierno, en cambio, interesa que entre la radiación pero no toda la luz, para lo que funcionan mejor las cortinas translúcidas. "De manera que el calor, la energía que tenga el sol, caliente un poquito el vidrio y nos podamos beneficiar de esa energía que tienen las ondas del sol. La dualidad onda-corpúsculo que es maravillosa", añade, entre la precisión científica y la pasión por la materia.
Cuando la luz no basta
La falta de luz adecuada no solo afecta a lo visual, tiene implicaciones directas en el sistema hormonal. "Rompe los ciclos circadianos", explica Mombiedro. "Secretamos hormonas —no solo la glándula pineal, también otras estructuras del sistema límbico— que ayudan a regular el sistema nervioso. Esas hormonas entran al caudal de la sangre y viajan por todo el cuerpo avisando de cuáles son sus quehaceres fisiológicos".
Así, la melatonina nos prepara para descansar y el cortisol nos despierta con energía. Si no hay una luz que marque esas transiciones, el cuerpo se desajusta. Se duerme peor, se rinde menos y se altera el estado de ánimo. Y todo esto puede solucionarse, o al menos mejorarse, con una mirada más atenta al diseño.
Como recuerda Mombiedro, iluminar no es encender, sino acompañar. "Cambiar la casa, cambiar las cosas de sitio según cómo te encuentres, según lo que te guste hacer, si tienes un hobby nuevo… evolucionar con ella". Esa es, quizás, la clave de una iluminación bien pensada: no que quede bien en un render, sino que se entienda con nuestro ritmo, nuestro cuerpo y nuestros día a día.