Los 150 metros de este apartamento en el barrio de Chamberí están habitados por un veinteañero dedicado a la música, que necesitaba un refugio donde trabajar, residir e invitar a sus numerosos amigos. Para conseguirlo, recurrió a los arquitectos del estudio DIIR, que transformaron sin miramientos un espacio compartimentado y muy deteriorado, situado en un edificio de 1959, en un hogar abierto y poco convencional, de estética posmoderna, rotundamente industrial.

“Le propusimos al dueño una distribución diferente que separase claramente la zona de noche de la de día. Según se accede, a la izquierda, se encuentran los tres dormitorios (uno de ellos habilitado como estudio de grabación) y un baño, que dan a generosos patios
interiores
con suficiente luz. El resto de la casa, que se asoma directamente a la calle San Bernardo a través de enormes ventanales, está formada por un cuadrado diáfano donde se unen la cocina y el salón, ambos conectados visual y físicamente”, describe Íñigo Palazón del Pino, del estudio madrileño.

El corazón del piso es indudablemente la isla de acero inoxidable de casi seis metros de largo que diseñaron en DIIR y que establece el tono del resto del interiorismo. “Impacta por sus dimensiones y por la rotundidad de su geometría”, dice el arquitecto. En realidad, nos explica, hay dos universos de materiales casi contradictorios que les parecía muy interesante enfrentar. “Por un lado necesitábamos aportar calidez a través de la madera de pino que cubre el suelo; por otro, nos gustaba la idea de establecer un contraste estético con el acero inoxidable y el aluminio que le ponen el punto de sofisticación, y a la vez, de neutralidad al diseño general. Por eso, además de la isla, colocamos unos taburetes, una estantería baja, un somier del dormitorio y dos mesas de centro del mismo material falsamente frío”, sigue Palazón.

Salón con estantes y sillas amarillas

Banqueta nórdica de los años cincuenta, en Reno Spain; sobre las mesas, plato azul esmaltado, en Casa Josephine; jarrón de gres de Carl-Harry Stålhane para Rörstrand Atejé, en Galería A, y cenicero de madera de Willy Rizzo, en El 8.

Belén Imaz | Estilismo: María Aguilar | Proyecto: Estudio DIIR

El resto de las superficies son más amables y uniformes, como la pintura a la cal que cubre las paredes y los microcementos continuos que tapizan algunas partes del suelo. “Para darle algo de color a una paleta de por sí muy sobria, revestimos los baños con un mármol verde indio muy especial y recurrimos a los espejos en las zonas de paso para conseguir, además, amplitud”.

El sofá blanco del salón, de las mismas dimensiones que la isla, también fue fabricado ex profeso para el proyecto, así como las mesitas de acero de la misma estancia. “No se aprovechó prácticamente nada de la vivienda original, que necesitaba un buen lavado de cara. Había una excesiva tabiquería y numerosas estancias de muy poco tamaño”. El resultado de tanta limpieza arquitectónica es un espacio diferente e híbrido que bendice la mezcla.

La casa es relajada, pero con toques expresivos. Hemos intentado que, dentro de la armonía de fondo, se produzca cierta tensión gracias a la aparición de elementos inesperados que rompen cualquier idea preconcebida”, concluye el arquitecto.

Un piso con una gran fusión de materiales

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