Lo primero que llama la atención al entrar en Casa Maldonado no es un mueble, ni un color, ni una lámpara. Es la atmósfera. Hay algo en cómo la luz se cuela —horizontal, alargada, suave— y se encuentra con la madera que recubre buena parte del espacio, como si todo estuviera pactado de antemano. El proyecto, obra del estudio madrileño Barrio Bohrer, se mueve entre la transparencia y la intimidad con una naturalidad que no es casual: es pura arquitectura bien pensada.

"La vivienda era completamente diáfana, por lo que las posibilidades eran infinitas. El ritmo de la fachada del edificio, con sus grandes ventanas longitudinales, nos ayudó a definir las diferentes estancias”, explican los arquitectos Antonio del Barrio y Leonardo Bohrer. Y es que ese fue el punto de partida (y de presión): un rectángulo expuesto a la luz, con el reto añadido de adaptarse a una familia extranjera con cuatro hijos en distintas etapas vitales. “La forma de habitar la casa, y el número de huéspedes, variaría en cada momento del año, temporada, viaje…”, cuentan.

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Un pasillo como columna vertebral

La planta se organiza de manera axial: un pasillo conecta el acceso con la zona de estar, atravesando un gran recibidor. Es una decisión con algo de escenografía (quien entra tiene un recorrido), pero también una elección estratégica. Permite ordenar los espacios como un abanico que se despliega en función de la luz y del uso. "El programa solicitado era tres dormitorios, tres baños y una zona de estar amplia. Al ser una casa de vacaciones, el salón, comedor y cocina debían estar integrados para celebrar grandes reuniones con familia y amigos", apuntan los arquitectos.

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Ese pasillo, lejos de ser un simple conector, es una coreografía de texturas. "En el pasillo hay tres puertas pivotantes que tienen una anchura exagerada, con el fin de guardar una dimensión similar al resto de paneles que aparecen en el recibidor. En contraste con el formato de las piezas del pavimento, para el cual utilizamos unas losetas de un tamaño relativamente pequeño que producen una vibración en el espacio, resultado de los cambios de sentido de las vetas, que nos pareció muy interesante", explican. Una escena casi cinematográfica donde las superficies juegan con la percepción.

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Madera que absorbe la luz

La gran baza del proyecto, además de la organización flexible, está en los materiales. Casa Maldonado es un ejercicio de sobriedad rica, de contraste controlado. La envolvente se ilumina sin filtros gracias a esos ventanales en fachada, pero en el interior, la luz es absorbida y filtrada por superficies de madera que la matizan sin apagarla. "Principalmente, como se aprecia en las fotos, madera. De roble y de wengué. Tratadas en distintos tonos, acabados y formatos, con el fin de poder obtener multitud de texturas, que varían en función de la aplicación de cada una de ellas, enriqueciendo el espacio sin necesidad de utilizar muchos materiales."

Lo interesante es cómo este juego de madera se encuentra con otros materiales en lugares estratégicos, sin desentonar. En la cocina, por ejemplo, entra en escena el acero inoxidable, ejecutado con la misma precisión que una joya. "La cocina está fabricada a medida con nuestro carpintero, y revestida en acero por nuestro metalista. La grifería de toda la vivienda es de Icónico." Es ahí donde el tercer concepto clave del proyecto cobra sentido: el contraste. Contraste entre lo cálido y lo técnico, entre lo poroso y lo reflectante.

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Decoración: lo justo y necesario

Lo decorativo en Casa Maldonado no es un aderezo, sino una forma de completar la arquitectura con piezas precisas. Algunas están diseñadas por el propio estudio, como el aparador de entrada y la mesa de comedor, ambas en wengué. Otras, escogidas con la misma lógica de refinamiento contenido: el sofá InSitu de Muuto, las sillas Betty TK3 de &Tradition en roble ahumado y cuero, o la lámpara Linier de Wästberg, diseño de Dirk Winkel. En las superficies, nada chirría. En las luces, todo contribuye a crear una atmósfera densa y calmada.

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Como bien dicen ellos mismos, los tres conceptos que guiaron el proyecto fueron: “materiales nobles, espacios generosos y contrastes”. Y aunque parezca una receta simple, su aplicación en esta casa demuestra que no hay nada más difícil que hacer algo bien sin pasarse.

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Una casa que cambia con quien la habita

Uno de los aspectos más sutiles (y más logrados) de Casa Maldonado es su capacidad para mutar según las necesidades de la familia. “Albergar la mayor cantidad de miembros de la familia posible, pero sin que el espacio se perciba desolador si ocasionalmente la vivienda es ocupada por 2 ó 3 individuos. Buscar esa proporción fue uno de los retos del proyecto”, resumen los arquitectos. Y lo resolvieron con una distribución que no agobia, con zonas comunes amplias y dormitorios que se recogen en una suerte de ala más íntima.

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No es una casa para vivirla siempre. Es una casa para encontrarse. Para llegar y tener la sensación de que el espacio ya lo ha pensado todo antes que tú. Abrir una puerta ancha, sentarse a una mesa de wengué, y dejar que la luz haga el resto.