"Esta idea me salvó la vida hace treinta y tantos años, cuando mi amigo Francisco Nieva, al leerme el tarot, me vio antes de tres años bajo tierra, con un ciprés encima, al salirme cuatro veces consecutivas la muerte. Me insistía en que esto no quería decir necesariamente que fuese a morir. Entonces se me ocurrió este primer Rascainfiernos (luego los proyecté mayores para la Zona Cero de Nueva York), planté un ciprés, y aquí sigo, vivo". Eso contaba Fernando Higueras (Madrid, 1930-2008) de la vivienda, y luego también estudio, que en 1973 comenzó a construir en un jardín de una colonia del norte de Madrid. A pico y pala, pues las excavadoras no podían entrar en la parcela, se abrió un hueco que alberga este espacio de ocho metros de altura, dividido en dos plantas, tan libre como su creador: ni tabiques ni ventanas. Cuatro muros de hormigón y cuatro claraboyas centrales. Una tipología inusual de alguien que nunca transitó caminos trillados.   

 

La sección completa del Rascainfiernos, con su increíble iluminación cenital.

La sección completa del Rascainfiernos, con su increíble iluminación cenital.  

Juan Baraja

Madre Tierra

Higueras vivió aquí desde 1975, cuando se terminó, hasta su muerte. Ese salón con hamaca, donde le gustaba leer, fue un centro de reunión de nombres como Gloria Fuertes, Luis Rosales, el mismo Nieva, galeristas y artistas. En 2002, cuando cerró los dos estudios de Avenida de América 14, trasladó aquí su despacho. Decía: "A mi juicio tiene un defecto: nos encontramos tan cómodos trabajando en él que apenas salgo fuera". Ahora es la sede de la fundación que lleva su nombre y que dirige Lola Botia, arquitecta y su pareja durante los últimos 20 años de su vida. El Rascainfiernos fue también un pionero de la construcción sostenible. Dos metros de tierra sobre su cubierta y las claraboyas dobles evitan temperaturas extremas y ahorran un 65 % de energía. "Carece de ventanas, que no se echan en falta, pues a cambio tenemos una gran superficie de muros con una espléndida luz natural cenital y una temperatura ideal casi constante entre 20 y 25 grados", explicaba. Las paredes, que ahora muestran planos y fotografías de sus obras, estuvieron muchos años desnudas.

 

Sofá Strips, de Arflex, y lámparas italianas, todo de los años setenta. La biblioteca acumula más de 6.000 libros.

Sofá Strips, de Arflex, y lámparas italianas, todo de los años setenta. La biblioteca acumula más de 6.000 libros. 

Juan Baraja

 

Pinacoteca particular

A mediados de la década de 1980, Lola se pone a colgar arte ayudada por el galerista Macarrón. "Había un par de Sorolla, cuadros de Ramón Casas, Vázquez Díaz, Pancho Cossío, Antonio López –buen amigo–, de la escuela de Madrid y nombres más jóvenes. A Fernando le encantaba comprar en ArcoMadrid. Decía: "Yo no es que sea un gran talento, es que soy descubridor de talentos", explica Botia, que recuerda que al montar aquí el estudio se quitaron muchos cuadros para sustituirlos por paneles de una exposición itinerante dedicada a su trayectoria. En ellos están los bocetos, planos y las fotografías que tomaron el mismo Higueras y Lola ("era muy buen fotógrafo e íbamos a las visitas de obra con varias cámara") de los principales hitos de su carrera: la Corona de Espinas, el hotel Las Salinas, la casa en Camorritos que levantó para César Manrique en la sierra, la de Lucio Muñoz, las viviendas militares en la glorieta de San Bernardo rebautizadas como edificio Princesa.

 

Detalle de la mesa con las patas inspiradas en las estructuras nervadas que usaba en sus proyectos. Jarrones vintage de Murano. 

Detalle de la mesa con las patas inspiradas en las estructuras nervadas que usaba en sus proyectos. Jarrones vintage de Murano. 

Juan Baraja

Proyecto Total

Todos los muebles llevan el sello del arquitecto; los diseñó haciendo guiños en ellos a las estructuras de doble viga invertida, a las nervadas de sus edificios. Diseminados por doquier, fósiles, minerales, floressecas, recuerdos de niños propios y ajenos. "Fernando se fijaba para dibujar en cosas muy pequeñas, fósiles, plantas, y de allí sacaba un gran mundo", dice Lola. Todo sigue intacto, incluso la pequeña cocina de servicio de Salvarani, en un lateral del cuartito de estar. "Siempre comía en el estudio, pero le encantaba hacerse huevos fritos cuando se desvelaba de noche". Quizás es cuando mejor ponía en funcionamiento ese pensamiento creativo que dio origen al Rascainfiernos y a toda su obra arquitectónica.

 

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