Mies van der Rohe (1886-1969) integra, junto con Le Corbusier, Frank Lloyd Wright y Walter Gropius, el Olimpo de los arquitectos más importantes del siglo XX. Es, a la vez, el máximo exponente de la construcción en acero y cristal. Defendió que la elegancia y la modernidad residía en la sobriedad de las formas. Aunque no fue el único que intervino en estos movimientos, su racionalismo y su posterior funcionalismo, resumidos en su lema "menos es más", se convirtieron en modelos para muchos arquitectos, artistas y diseñadores posteriores.

Como suele ocurrir con los grandes personajes, el inmenso valor positivo de su legado se ve matizado por una peripecia vital en la que también hubo sombras. Mies van der Rohe se reinventó como persona a la vez que reinventaba la arquitectura. Pero a diferencia de otras figuras que se comprometieron con su tiempo, siempre navegó entre aguas y nunca se expresó más allá de con sus edificios. Aquí recogemos cinco capítulos de su vida que ayudan a entender su búsqueda constante para cuadrar la relación entre persona y obra.

Philip Johnson, Mies van der Rohe y Phyllis Lambert (también arquitecta y heredera del imperio Seagram) frente a una imagen de la Torre Seagram de Nueva York.

01 Un genio sin título

Al igual que Frank Lloyd Wright, Mies van der Rohe no estudió arquitectura. Ni siquiera se sacó el bachillerato. Hijo de un cantero, de quien aprendió el conocimiento de los materiales, comenzó a trabajar con 15 años haciendo florituras para un fabricante de cornisas. La modernidad la aprendió al entrar en contacto con el grupo de intelectuales y artistas encabezados por Maximilian Harden en la revista Die Zukunft (el futuro), publicada entre 1892 y 1922.

02 En la mejor compañía

Su colaboración con Peter Behrens, pionero de la arquitectura industrial y director artístico de la empresa AEG, de 1908 a 1911, fue fundamental en la formación de Mies van der Rohe. No solo porque de él heredó la querencia por la sobriedad, sino también porque allí conoció a Walter Gropius, con quien volvería a coincidir más tarde en uno de los movimientos creativos más importantes del siglo XX, la Escuela de la Bauhaus. En la oficina de Behrens, Gropius se encargaba de los proyectos industriales, mientras que Mies asumía encargos más tradicionales. En aquella época surgió entre ellos una “rivalidad cordial pero sin fisuras”.

El pabellón alemán de la Exposición Internacional de Barcelona de 1929 consagró a Mies van der Rohe y es uno de los mejores ejemplos del Movimiento Moderno.

03 Nobleza impostada

Curiosamente, el hombre que odiaba el ornamento no pudo evitar un gesto de aderezo. A la edad de 30 años, contra la costumbre, Ludwig Mies decidió conservar el apellido de su madre (Amalie Rohe) uniéndolo con el de su padre (Michael Mies) a través de un "van der" -el conjuntivo holandés- inventado, que recordaba la vecindad de su ciudad natal (Aachen) con Bélgica y los Países Bajos.

04 Coqueteo con los nazis

De 1930 a 1933, Mies van der Rohe dirigió la Bauhaus fundada en 1919 por Walter Gropius. Cambió los estatutos, expulsó a 30 alumnos de izquierdas y prohibió las actividades políticas. Lo que no le impidió suscribir el manifiesto patriótico de intelectuales a favor del nacionalsocialismo. Algo que a la postre resultó insuficiente, porque una de las primeras decisiones que tomó Hitler al ascender al poder fue clausurar la Bauhaus como uno de los focos del "arte degenerado" que quería erradicar. Cuando Mies comprendió que las preferencias de Hitler se inclinaban hacia un monumentalismo neoclásico, decidió abandonar Alemania y establecerse en los Estados Unidos.

Chicago Federal Center, completado en 1974, cinco años después de la muerte de Mies van der Rohe.

05 Un asunto personal

Esa oscura afinidad hacia el nazismo fue lo que hizo que Mies conectara con otro insigne arquitecto que se dejó seducir por la parafernalia nacionalsocialista, Philip Johnson. El estadounidense trabó conocimiento con el alemán en Europa en la época en que este dirigía la Bauhaus. Entre ellos se estableció una relación de amor y odio que a la postre daría uno de los frutos más espectaculares de la obra de Mies, la Torre Seagram de Nueva York (1958), encargo que el alemán consiguió por mediación de Johnson.