Maria Lladó (interiorista)
"Para mí una casa con alma me habla, me cuenta cosas, es casi un libro de memorias. Las casas con alma son el alma de las personas que las habitan. Son una extensión, un añadido, son discos duros, álbumes de fotos, resumiendo, son pura vida. Son las casas que más me enseñan y de las que más aprendo, las que más me fascinan; las miro y las escucho. Son joyas, me sacan mi punto voyeur".
"Siempre que me llaman para decorar una casa me gusta que el dueño o los dueños me cuenten qué libros leen, qué música escuchan, dónde viajan, qué sitios visitan. No quiero crear espacios, quiero crear sitios donde vivir y que se vayan llenando de vida. Las casas con alma son casas con arrugas, con defectos, con recosidos, con recuerdos y secretos, con cambios de humor: son lo más parecido a una persona. Sinceramente, una casa minimalista es lo más lejos a una casa vivida. Me agotan".
"No creo en la belleza por la belleza. O mejor dicho, hay bellezas que me aburren mucho si lo único que tienen es perfección. También me pasa con las personas. Hay casas con una gran piscina, un cuadro maravilloso y un suelo con una madera increíble y a mí no me dicen nada, son mudas. Como muchas personas, rascas y solo hay vacío. A mí gusta el desequilibrio, las manchas de la humedad, los libros apilados, los cuadros que dicen algo porque juntos hacen un coro, los objetos que son distintos –como las personas–, pero que se hacen amigos – como las personas–, los jardines que crecen a su bola, las cojines de aquí y de allí, las colecciones: lo que no pega ni con cola, pero que pega con el corazón".
"Los muebles, las telas, las personas tienen que ser como son, con personalidad, con sus desconchones: una mujer vieja puede ser íntima amiga de un adolescente igual que una vieja mesa puede convivir con un cuadro moderno: lo importante es que exista química, que estén cómodos y que les dé igual lo que piensen los demás. El toque especial no es más que eso que llamamos alma o personalidad o rollo, que es como me gusta llamarlo a mí".
"Yo nunca acepto un trabajo si no estoy cómoda con el cliente y el cliente esta cómodo conmigo: lo quiero conocer y quiero conocer cómo tiene que ser su casa, porque va a ser su casa y no la mía. Soy un poco como su médico o su psicólogo; pero no impongo, no mando; creo que mi cliente y yo tenemos que tener un punto de encuentro: que nos guste ser valientes, que nos guste el arte y la cultura, que tengamos sentido del humor, que no decoremos una casa para las visitas, que no nos guste aparentar, que apostemos por las cosas distintas y vividas, que nos guste volver a casa y estar cómodos y felices".