Se dice de él que es el Hopper gaditano o el Antonio López del colacao. En realidad, es Pepe Baena Nieto, un pintor de Cádiz a quien no asusta la realidad. Lejos de maquillarla, o de arreglarla, le pone luz y la pinta tal y como es, tal como la ve, bella en su esencia. Sin ornamentos, invirtiendo el tiempo, la energía y el talento en reflejar las expresiones cotidianas de las personas que mejor conoce, su círculo más íntimo, la familia y los amigos.
Pepe Baena Nieto (Cádiz, 1979) no necesita irse muy lejos para encontrar la inspiración. La halla en los momentos más corrientes y junto a las personas que ama: su pareja, sus hijos, las personas mayores que constituyen su universo. Son instantes que, a través de sus ojos, se vuelven importantes, trascendentes, significativos, útiles y preciosos. Por eso, para él, el confinamiento, más que un vacío, supuso un nuevo e inesperado pretexto.
Además de pintar a las personas que conforman su día a día, Pepe Baena Nieto realiza bodegones. Y, lejos de fijarse en la alta cocina, el pintor retrata e inmortaliza los desayunos más sencillos y frecuentes: la leche con colacao y galletas, el café con churros o los boquerones fritos. Quizás lo más inusual es que ponga su excepcional talento al servicio de las pequeñas cosas, de todo aquello que, de tan visto y de tan conocido, hemos dejado de saborear. Y que forma parte de nuestra cultura.
Su obra es tan talentosa como necesaria, la prueba de que lo que mantiene y sostiene los filtros y los selfies de esta época es ese presente imperfecto que, no por poco retratado, ha dejado de existir. Con sus cuadros, Pepe Baena nos recuerda que ese día a día sigue ahí, tan sólido y valioso como siempre. Y, en sus manos, tremendamente fotogénico.