Con el objetivo del Horizonte 2020 a la vuelta de la esquina, que persigue que los edificios sean de consumo casi nulo en la Unión Europea a partir del próximo año, crear un parque inmobiliario sostenible ya no es una elección, sino una obligación. Cuanto antes entendamos esto como sociedad, mejor nos irá a todos.

Los argumentos son de mucho peso: por un lado, está la economía personal: la energía no deja de subir y el ahorro por la reducción del consumo puede alcanzar los 750 € anuales. Además, una vivienda con pocos saltos térmicos repercute en la salud directamente, disminuyendo las probabilidades de enfermar. Lo que a su vez incide en la economía de un país al reducir el gasto en sanidad pública. Por último, la eficiencia energética aumenta la productividad y, de forma indirecta, reduce la transformación de las condiciones ambientales exteriores.

El color de la fachada hace variar hasta en un 60% la captación de calor. Un tejado o fachada de color claro reducirá su temperatura superficial en varios grados.

El mejor abrigo

La envolvente de un edificio hace referencia a todos sus cerramientos: fachadas, tejados, suelos en contacto con el terreno o un espacio no climatizado y medianeras. A través de todos ellos se produce una pérdida o ganancia térmica y, por tanto, cuanto mejor aislados estén, mayor calificación energética obtendremos.

Los aislamientos han de entenderse como un abrigo para la casa. Hemos de tratar de colocarlos cuanto más al exterior mejor; de este modo podremos cubrir de forma más eficiente todos los marcos de ventanas, cajas de persianas, elementos estructurales, etcétera.

Todas estas partes del edificio por donde se producen intercambios térmicos más fácilmente son los denominados puentes térmicos y penalizan mucho en la calificación energética de una vivienda. Debemos hacer hincapié en la necesidad de aislar también bajo el suelo de planta baja, aunque no haya sótano. Demasiadas veces hemos caído en el error de no tener en cuenta este aspecto y después cuesta mucho de resolver.

Todas las partes del edificio por donde se producen intercambios térmicos más fácilmente –como las ventanas– son los denominados puentes térmicos y penalizan mucho en la calificación energética de una vivienda.

Existen muchos tipos de aislante en el mercado; los más comunes son la lana de roca, el XPS y el EPS. El abanico de posibilidades ecológicas abarca la lana de oveja, la ropa reciclada, la celulosa o el cáñamo, con muy buenas prestaciones y muy asequibles.

Para cerrar este bloque hablaremos de las ventanas. Siempre se perderá más calor por un hueco de ventana que por una pared aislada, por muy buena que esta sea. Por lo tanto, hemos de procurar que los huecos no sean desproporcionados o nos bajará la calificación. La capacidad de aislar de las ventanas depende de dos variables: los vidrios, que en función de las cámaras que tengan y el tipo de gas en su interior aislarán más o menos, y los marcos, todos con rotura de puente térmico (RPT).

Como los cristales, los marcos están en contacto directo con el exterior y, ya sean de aluminio, PVC o madera, han de disponer de la correspondiente rotura de puente térmico.

Clima benigno

Allá donde no llega el aislamiento hemos de conseguir el confort a través de sistemas de climatización. Lamentablemente, a día de hoy los sistemas pasivos de mayor impacto son prácticamente imposibles de introducir en los programas de cálculo. Hablamos de la ventilación cruzada, la circulación de aire frío producido en cámaras de aire enterradas o la climatización por efecto invernadero entre otros.

Algunos aspectos que los programas sí consideran son los siguientes. Las ventanas a sur aportan calor (en verano e invierno); si tienen aleros reducirán el impacto solar en verano y mejorarán la calificación energética. Lo mismo ocurrirá si disponemos de estructuras de lamas en las fachadas a poniente: el bloqueo de la radiación solar jugará a favor de la certificación energética.

A partir de ahí entran en juego los sistemas activos: agua caliente sanitaria (acs), calefacción y refrigeración. Los que mejor calificación obtienen son las placas solares para la captación de energía solar térmica, las estufas de pellets o de masa térmica y las calderas de gas nuevas o con un rendimiento nominal cercano al 100% en la última revisión.

Porches, pérgolas y aleros orientados hacia el sur mantendrán la radiación solar a raya durante los meses de verano, pero no impedirán que el sol aporte su calor en invierno.

Más recientemente, la tecnología de la aerotermia ha desarrollado rendimientos tan elevados que, con una correcta justificación por cálculo, pueden llegar a ser más eficientes que las placas solares térmicas. Las fuentes de energía también juegan un papel importante; en este sentido, las placas fotovoltaicas prácticamente garantizan la mayor calificación energética posible, pero aún ha de normalizarse su instalación entre la población.

Pasividad con premio

Passivhaus es una certificación de carácter privado que acompaña a un exhaustivo seguimiento del proceso de diseño y construcción de un edificio para asegurar la reducción del consumo energético hasta en un 90%. Para ello implementa las claves anteriormente descritas además de incorporar otras exigencias que superan lo necesario en nuestro clima.

Este estándar ha suscitado cierta polémica porque no evalúa la procedencia de los materiales que se utilizan para obtener el resultado deseado. Algunas voces autorizadas sugieren que los interiores 100% dependientes de sistemas automáticos de renovación (como es el caso) deberían garantizar que los materiales de construcción sean 100% inocuos, más cercanos a la bioconstrucción. Estamos convencidos de que estas críticas servirán para mejorar aún más la certificación Passivhaus.