La arquitectura se hace con cosas que nada tienen que ver con la arquitectura”, explicó Luis Barragán (Jalisco, 1902 - Ciudad de México, 1988) en una entrevista. Hablaba, adivinamos, de sí mismo y de su trabajo, porque sus viviendas, que repartió por todo México entre las décadas de 1940 y 1960, estaban construidas efectivamente con elementos intangibles. La luz, por ejemplo, o el agua, tal y como la percibió en La Alhambra en un viaje por España. También los colores vivos ligados a la tradición mexicana: el rosa chicloso, el azul “Diego Rivera”, el amarillo girasol y el blanco de los muros de cal de Jalisco.

Biblioteca Luis Barragán

La fachada principal está pintada de rosa.

César Bejar

La Casa Gilardi, la última que diseñó íntegramente, tiene mucho de todo eso. Construida en 1976 para los publicistas Pancho Gilardi y Martín Luque, es un rectángulo estrecho y alargado de 400 m2.

Dividida en dos bloques, el frontal, pintado de rosa, da a la calle y suma tres plantas en las que conviven dos dormitorios, la cocina y un estudio, además de la lavandería. El cubo interior, de un solo piso, lo llena un austero salón-comedor que se asoma a una alberca cubierta. Entre ellos, un corredor troquelado por aberturas verticales establece el punto de conexión, además del patio presidido por una jacaranda. “No vayan a derribar ese árbol porque todo girará alrededor de él”, les pidió el arquitecto en cuanto llegó a la parcela del barrio de Tacubaya, en la colonia de Miguel de Chapultepec.

Mejor el original

Al principio, Gilardi y Luque buscaban alguien que les diseñase una casa al “estilo Barragán”, pero finalmente fue el mismo maestro quien aceptó el encargo. “Quiero que me dejen hacer las cosas que traigo todavía aquí en mi cabeza”, fue su condición, y ellos aceptaron. “¿Seguro que se van a aguantar el rosa?”, les preguntó desconfiado, advirtiéndoles a continuación: “Yo no pinto verdes, los verdes se los dejo a la naturaleza”.

Biblioteca Luis Barragán

En la entrada del bloque frontal, esfera de piedra de Barragán bajo las escaleras sin barandilla que suben al
primer piso.

César Bejar

Los muros interiores los estucó con terminaciones lisas para que la luz se filtrase sin interrupciones. Los exteriores, en cambio, enteramente de ladrillo, los dejó texturados al estilo de las viviendas rústicas de la ciudad. La casa se va descubriendo poco a poco a través de filtros de luz y tonalidades yuxtapuestas, que el arquitecto consiguió con la ayuda de su amigo el pintor Chucho Reyes. “No entendía de planos, pero tenía mucho ojo para el color: el de los mercados mexicanos, el de los dulces, las golosinas, la belleza de un gallo”.

Poeta de la luz

El jalisciense derribó el edificio anterior, que había sido proyectado en 1930, y no paró hasta lograr lo que buscaba. “Pancho decía: ‘Qué bárbaro. ¿Ahora que irá a tumbar?’”, contó Luque en la entrevista que abre el libro de reciente publicación Casa Gilardi. El último testigo de Barragán (Editorial Actar).

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El patio tiene la jacaranda que
el arquitecto pidió respetar.

César Béjar

En él también relata: “Luis venía todos los días entre las once y las doce de la mañana para observar los rayos del sol transformando los espacios [...]. Todas las esferas, las terracotas y hasta algunas lámparas nos las trajo él [...]. Si tuviera que reencarnarme, me gustaría hacerlo en este lugar”. Concordamos.