Ni de sus pilares, ni de la volta –bóveda– catalana. De lo que más se habla en La Ricarda últimamente es de su cielo. Ese cielo que cruzan cientos de aviones que cada día aterrizan y despegan del cercano aeropuerto del Prat, en Barcelona, y que, indirectamente, podrían ser los responsables de su demolición.

Quién le iba a decir a Inés Bertrand, cuando heredó estos terrenos, que la ubicación de su nueva casa traería de cabeza a los políticos de un país entero. Ella, junto a su marido, Ricardo Gomis, solo quería levantar, de la mano de un buen arquitecto, la mejor casa posible para su familia, formada por ellos dos y sus seis hijos. Años después, hablamos con la hija mayor del matrimonio –que también se llama Inés, como su madre– para que nos explique el pasado y el futuro de La Ricarda.

Encargada en 1949, la vivienda no se concluyó hasta 1963 porque en aquella época Antoni Bonet (1913-1989) vivía en Argentina. Para la supervisión de las obras, Bonet contó con el apoyo del arquitecto Emilio Bofill.

En aquellos tiempos, La Ricarda era una fiesta, incluso antes de la construcción de la casa. Allí iban los Gomis Bertrand a pasar los domingos con toda la familia. "Para nosotros, La Ricarda era nuestro plan de fin de semana", evoca Inés Gomishija del matrimonio. Se alojaban en lo que ellos denominan la Torre Vieja, hasta que, un día, sus padres decidieron que se iban a hacer una casa nueva. Al principio, estuvieron pensando en ubicarla en Sitges, donde la familia de Ricardo Gomis tenía unos terrenos. Pero La Ricarda presentaba una gran ventaja: les permitía subir y bajar desde Barcelona el mismo día, cosa impensable con Sitges en esa época. "Además, era mucho más divertido, porque estaban todos mis primos. Nos juntábamos todos allí, y aquello era una juerga", asegura Inés.

Con este proyecto Antoni Bonet reivindicó el valor de la volta catalana, un recurso muy popular a partir del siglo XIX por su bajo coste y su gran velocidad de ejecución.

Una casa rara

La Ricarda fue, entonces, el escenario de muchos juegos infantiles, desde "olimpiadas" hasta carreras de motocrós. Cuando los hijos crecieron, venían sus amigos y compañeros del colegio a visitarlos. Y, cuando entraron en la universidad, La Ricarda acogía también a muchachas y muchachos de intercambio de Francia o Inglaterra. "Amigos nuestros que sabían que estábamos en casa venían con las motos, se bañaban en la piscina, y luego tomábamos algo. Después, nos íbamos todos juntos a bailar a la sala Tropical de Castelldefels, o bien bajábamos al Bocaccio de Barcelona, para regresar de nuevo a La Ricarda a bañarnos en la piscina".

Ricardo Gomis e Inés Bertrand disponían de un pabellón independiente en el que podían disfrutar de cierta privacidad.

¿Tenían ellos la sensación de habitar un sitio especial, una construcción única? "La gente nos decía que era una casa rara. A mi madre le habían dado la última parcela, la más alejada, porque, como mis padres eran muy avanzados, pensaron: ‘A ver qué hacen estos’. Y luego todo el mundo venía a verla con una curiosidad tremenda. Había mucho interés por ver qué es lo que se hacía". No era una casa como las otras, hecha con un ladrillo puesto encima del otro. Por eso llamó la atención desde el principio.

El mobiliario original, en acabados suaves y colores naturales, ayuda a materializar la idea de un espacio sociable que los Gomis Bertrand deseaban transmitir.

Sert, la primera opción

Aunque ahora resulte difícil pensar en otro arquitecto para La Ricarda que no sea Antoni Bonet, en su día no fue la primera opción. Ricardo Gomis quería que la casa la hiciese José Luis Sert. Pero, por aquel entonces, Sert estaba en EE. UU. y no quería trabajar en España.

A Gomis le hablaron entonces de un joven arquitecto que había colaborado con Sert en el pabellón de la Exposición Internacional de París, que vivía en Argentina ante la situación de guerra en España. Le gustó tanto su concepción y su estilo que le acabó encargando la casa. La relación profesional derivó en una relación de amistad, lo que permitió a Bonet conocer mejor el estilo de vida de la familia y hacer una casa que respondiera a sus necesidades.

En la España de la dictadura, la casa fue refugio de artistas e intelectuales, como Joan Brossa o Antoni Tàpies, que debatían y representaban sus obras en libertad.

Ricardo Gomis y su mujer siempre fueron unos adelantados a su tiempo. Inés Gomis recuerda que sus padres eran unos grandes aficionados a la música. Las primas mayores, a menudo llamaban a su tío y le decían: "Tenemos un disco nuevo de jazz. ¿Podemos venir a probarlo a vuestra casa?". Había el aliciente de escucharlo a todo volumen, sin miedo a molestar, sencillamente porque no había vecinos. Inés se acuerda de una ocasión en que una de sus hermanas trajo a unos compañeros de la universidad israelíes con unos discos de Pink Floyd debajo del brazo, cuando aquí todavía eran unos desconocidos, y acabaron todos bailando. "Cualquier cosa novedosa era bien aceptada", añade.

El gran salón fue concebido por Ricardo Gomis como sala de conciertos. Ingeniero de profesión, él mismo diseñó las instalaciones técnicas. Al fondo, un cuadro de la casa de la artista Bea Sarrias.

Una familia tan abierta requería de una casa moderna. Inés dice que, ya en el piso de Barcelona, la concepción del office y de la cocina era mucho más parecida a la de las casas americanas que a la de las españolas. Esa percepción de la existencia se trasladó a La Ricarda. "Para nosotros, ese estilo de vida más libre siempre fue lo más normal", concluye.