Sobre uno de los tramos de la antigua muralla romana de Barcelona hace diez años abrió las puertas el hotel boutique Mercer, un establecimiento que hoy es el buque insignia de la cadena Mercer. Se ubica en uno de los edificios que conforman el laberíntico barrio gótico de la Ciudad Condal y fue restaurado por completo por el arquitecto Rafael Moneo, premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2012, que buscó rescatar un valioso patrimonio, integrarlo en la moderna arquitectura de un hotel de cinco estrellas y ganar para la ciudad un edificio singular que combina pasado, presente y futuro.

Una de las habitaciones del hotel.

Moneo conservó arcos medievales o frescos del siglo XII para mostrar y hacer sentir la historia de Barcelona. "No quería tener un hotel sin alma, que no fuera capaz de explicar su historia o que no pudiese conectar con la ciudad en la que está. Los huéspedes buscan experiencias enriquecedoras en los hoteles, que no se limiten a tener una cama cómoda o una cafetera en la habitación. Buscan hoteles o apartamentos que les aporten algo desde el punto de vista de la gastronomía o el arte, y nosotros entendimos este mensaje hace años", cuenta Pedro Molina, CEO y fundador de la cadena hotelera cuya seña de identidad es crear alojamientos en edificios históricos reformados por grandes arquitectos. Un servicio sobresaliente y la gastronomía son los otros ejes de cada proyecto.

Las piezas contemporáneas conviven en las estancias plagadas de historia.

El establecimiento alberga un total de 28 habitaciones a lo largo de tres pisos, de los cuatro con los que cuenta el hotel, inaugurado hace una década. La interiorista Amanda Molina, directora de proyectos de Mercer Hoteles define su interiorismo como clásico contemporáneo. "Los aliados han sido los grandes maestros del diseño del siglo XX. Hablamos de Arne Jacobsen, Hans J. Wegner o Franco Albini. Con ellos conseguimos crear una atmósfera atemporal", apunta. En las habitaciones, la aruitectura pone la nota histórica; los materiales –madera, cuero o lino-, la calidad y el confort y las piezas icónicas el contrapunto moderno. "Para crear ambientes acogedores y relajantes en ellas, optamos por una paleta cromática en torno a los tonos arena, dejando el protagonismo a los materiales (la piedra medieval o las maderas) y a piezas de Cassina, Poltrona Frau o Flexform, así como alfombras del diseñador Arik Levy", explica Molina.

El interiorismo está firmado por Amanda Molina.

Es en lo más alto, en la azotea del edificio, donde los huéspedes pueden disfrutar del clima mediterráneo de la ciudad en la terraza, con bar, solárium, piscina y vistas de los tejados del serpenteante barrio gótico. La exclusividad de la localización, a pocos metros de la Catedral de Barcelona, la Plaza de Sant Miquel o de la Plaza Sant Jaume, es otro de los puntos fuertes de este inmueble que también es un punto de encuentro gastronómico. Así, en el corazón del hotel, su restaurante es uno de los puntos calientes de la escena culinaria de Barcelona. El chef Xavier Lahuerta ha hecho de la materia prima local y los ingredientes de calidad su gran apuesta. "Intento que mi cocina sea puramente de temporada", asegura.

El restaurante, punto de encuentro para los amantes de la buena mesa.