Puede parecer una cuestión estética, un asunto de decoración o incluso una manía personal, pero lo cierto es que el desorden tiene implicaciones mucho más profundas. Según declaraba Meritxell Pacheco, psicóloga y psicoterapeuta, para Arquitectura y Diseño en 2021el caos exterior no solo afecta nuestro bienestar: lo refleja. Y no solo eso, también lo perpetúa. “Cuando alguien dice: ‘No está desordenado, es mi propio orden’, se puede decir que esa persona se ha acostumbrado a vivir en su propio caos”, asegura. Lo que parece una frase inofensiva es, en realidad, la trinchera mental desde la que muchas personas justifican la confusión en la que viven.

La organización en casa, lejos de ser una moda o una tendencia minimalista importada de Japón, se convierte en una forma de cuidado personal. Porque ordenar no es solo tirar cosas: es tomar decisiones. Y ahí es donde todo se complica.

La psicología del espacio, según Meritxell Pacheco

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Ordenar no es solo cuestión de tener cajas bonitas o seguir un método de doblado. Es, sobre todo, una herramienta de autoconocimiento. Según Meritxell Pacheco, el desorden está estrechamente vinculado con la procrastinación. “Está comprobado que aquellas personas que tienen una casa más ordenada se concentran más, tienen menos estrés y, en definitiva, viven más tranquilas”, explica. Desde esa mirada, nuestra casa habla tanto de nosotros como nuestro cuerpo o nuestras palabras.

El problema es que, muchas veces, evitamos el orden porque tememos enfrentarnos a lo que implica: priorizar, descartar, asumir. Y como no siempre sabemos qué queremos conservar, dejamos que todo conviva en un limbo caótico.

Espacios comunes, emociones compartidas

Orden en casa

La psicóloga insiste en la importancia de cuidar especialmente los espacios comunes: salón, cocina, comedor. “Un espacio común que goce de una estética en armonía favorece la comunicación”, afirma. Y tiene sentido: son los lugares donde compartimos, donde se cruzan las rutinas y los estados de ánimo de quienes viven bajo el mismo techo. Si estos espacios están en desorden, también lo está la convivencia.

La armonía visual facilita la armonía emocional. Y aquí no hablamos de colores de moda, sino de coherencia, de crear un entorno que esté en sintonía con el tipo de vida que deseamos tener. Pacheco lo resume con claridad: “Lo que aporta más serenidad es el orden y la luz”.

Ordenar para decidir, decidir para vivir

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El acto de ordenar implica hacer elecciones. Y ahí radica su valor terapéutico. “Para tener orden, hay que tener unas prioridades”, dice Pacheco. “Y ahí se presenta la primera dificultad: hay que escoger entre lo que se queda y lo que tiramos”. No es una tarea cualquiera. Es, en cierto modo, un entrenamiento emocional. Decidir qué entra, qué sale, qué se guarda y qué no, es un reflejo de nuestra capacidad para gestionar el mundo interior.

Cuando aprendemos a vivir con lo esencial, dejamos espacio (literal y simbólico) para lo que realmente importa. Ese espacio que queda tras ordenar no es un vacío: es una invitación. A vivir mejor. A estar más presentes. A respirar.

Aprovechar los elementos con los que se cuenta ayuda a minimizar problemas como olores y desorden. Si una cocina se abre al salón comedor, pero hay algún elemento que la tamiza, como la escalera de esta casa –Villa Luisa– reformada por Goko Studio, algunas zonas quedarán menos expuestas.

En definitiva, el orden no es una meta estática, sino una herramienta dinámica de bienestar. No se trata de convertir el hogar en una postal perfecta, sino en un refugio donde cada objeto tenga sentido. Donde no reine el caos, aunque nos hayamos acostumbrado a él. Porque, como bien señala Pacheco, vivir en orden es también una forma de quererse.