"Una persona debería bañarse aquí antes de morir". Lo dijo Isamu Noguchi (Estados Unidos, 1904-1988) sobre la playa de Kolymbithres, en la isla griega de Paros. Tenía razón: en este rincón del Mediterráneo el agua es clara y de color turquesa, con exquisitas formaciones rocosas que bordean la costa. Era el verano de 1988, en la que sería su última visita a su querida Grecia: murió en Nueva York meses después.
Es difícil clasificar a este escultor, diseñador, escenógrafo y paisajista; fue un artista total que encarnó la globalización antes de que existiera tal cosa.
Noguchi era un japonés con ojos azules nacido en Los Ángeles, parisino de adopción (estudió con Brancusi a finales de los años veinte) que encontró en Grecia su hogar intelectual, y lo convirtió en la base para sus viajes entre el este y el oeste, entre su taller en Nueva York y su casa en Japón. El país helénico ya estaba en el corazón de Noguchi antes de que lo pisara por primera vez en 1949. "Supe quién era Apolo antes de conocer a Buda o a Jesús". Fue su madre quien le introdujo en la mitología griega a través de las lecturas infantiles.
Ya de adulto, acompañado por El coloso de Marusi, el libro de Henry Miller, visitó el Peloponeso: Atenas, Delfos, y las ruinas de Olimpia y Epidauro. Allí descubrió el mármol pentélico, y fascinado por sus posibilidades ("el mármol griego siempre se parecerá a las estatuas clásicas"), se convirtió en su material preferido para esculpir, volviendo a él, como quien recupera un antiguo amor, de forma incesante en las décadas siguientes, a pesar de las dificultades para exportarlo a EE. UU.
Un dédalo moderno
Todas esas peripecias quedan recogidas en el libro Noguchi and Greece, Greece and Noguchi, editado por Objects of Common Interest, un estudio de diseño griego de piezas e instalaciones, para Atelier Éditions. A través de ensayos, cartas, fotografías y bocetos, muchos de ellos inéditos, se refleja cómo Noguchi tendió puentes entre el mito y la realidad, trasladando esa fluidez a sus escenografías para la bailarina Martha Graham, en las que convocó a figuras mitológicas como Fedra, el Minotauro o Circe en la llamada Trilogía griega. En su funeral, su amigo el escultor Dimitri Hadzi le describió como un Dédalo moderno: alguien capaz de volar mucho y muy alto con tal de explorar, vivir y crear.