Borgoña dista de París poco más de 300 kilómetros. Una lejanía suficiente para trasladar la mente a un escenario fértil y creativo. Vivir "más ligero" y cambiar el ruido de la gran urbe por sonidos rurales son claves para Erwan Bouroullec (Quimper, Francia, 1976). "Nací y crecí en el campo, así que La Grange es un lugar donde todo me resulta muy natural. Es un entorno increíble para pensar y trabajar. Por supuesto, me fascina la naturaleza, pero también me interesa mucho la vida fuera de las megaciudades", nos dice.
En un terreno de dos hectáreas suavemente inclinado y con vistas a los valles y bosques cercanos, algo atrapó al diseñador para pensar en transformar unos cuantos tabiques y un tejado semiderruido en su nueva casa-taller. Bajo su mirada sensible, que le ha hecho idear recientemente piezas como la silla Mynt (Vitra), la colección de exterior Traverse (HAY) o el sofá Kobold (Ligne Roset), además de dibujos y hasta monturas de gafas, este lugar es una creación más. Austera y lujosamente silenciosa, ha pasado a ser una nueva forma de entender el diseño y de aproximarse a la creatividad.
"Reconozco que gran parte de mi práctica de diseño estuvo influenciada por la naturaleza y el entorno agrícola en el que viví hasta los 20 años", afirma. Para la rehabilitación y adaptación de esta antigua granja confió en los arquitectos y amigos Charlotte Vuarnesson y Guillaume Le Dévéhat, fundadores del estudio parisino LVA, con la idea de realizar "una intervención contemporánea clara, pero sin borrar nada del pasado que pudiéramos conservar", añade Bouroullec.

Comedor abierto con la piscina de filtración natural al fondo.
Philippe Thibault
"En realidad, los edificios se estaban cayendo a pedazos. Compramos la propiedad después de varios años en el mercado. Si la actividad agrícola hubiera podido continuar allí, lo habría hecho, pero la construcción en sí reflejaba una forma de trabajar de hace 50 años y no se ajustaba a las prácticas contemporáneas. Una de las primeras cosas que notamos fue que el espacio ya había sido adaptado y transformado varias veces. Ahora está pasando por otra transformación".
Para empezar, fue necesario encarar desafíos como "introducir luz natural en edificios originalmente diseñados para conservar, revalorizar la estructura existente aportando confort térmico, garantizar una óptima circulación del aire, crear grandes aberturas para abrir la casa al paisaje y mantener su integración en el sitio", indica Charlotte Vuarnesson.

Para Erwan Bouroullec, “las ventanas son pantallas sobre el paisaje”.
Philippe Thibault
La arquitecta resume el proyecto como "la historia del encuentro entre un lugar y quienes supieron observarlo con atención y cariño". La nueva casa-taller, que parece emerger del mismo paisaje, como si fuera una extensión natural del entorno, según la describe el estudio LVA, responde al relato de una obra contada "en quince verbos del arte de construir".
Esas acciones incluyen comprender la memoria de la construcción, desde el aprecio por la belleza de la arquitectura rural, reconvertir y rehabilitar para seguir evolucionando y construir teniendo en cuenta el entorno y manteniendo la organización de los edificios alrededor del patio. Al respeto por lo existente se han sumado decisiones respecto a los nuevos usos. Las estancias fluyen sin perder la privacidad y la luz lo inunda todo. Establos, graneros, un silo y una casa se han convertido, en la planta baja, en taller y oficina (200 m2) con zonas de vivienda (260 m2), porche (200 m2) y cobertizo (60 m2).
Mientras, en la planta superior hay un desván asomado al taller, un dormitorio con sala de estar, el baño, un pasillo-biblioteca y el dormitorio principal. Se ha creado un recorrido virtuoso del agua de lluvia, almacenada en un depósito enterrado y reutilizada para regar el jardín, y la piscina de baño dispone de un sistema de filtración natural.
Este espacio de trabajo y familiar, "conectado con la naturaleza, abierto a la experimentación y a los demás", explica Vuarnesson, se inauguró con un taller, porque "la renovación de los edificios fue solo el primer paso de un proyecto integral que aún está en marcha". Erwan explica que esta obra, que ha durado dos años, se ha hecho "con la idea de que sería para nosotros durante un tiempo y que alguien más la usaría más adelante. El destino de la arquitectura es vivir y evolucionar en una escala temporal mayor que la vida humana", concluye.