El belga Axel Vervoordt (1947) se crio en el campo, cerca de Amberes, en una casa que había en el jardín de sus abuelos. Su padre era tratante de caballos y su madre, una mujer con buen gusto para el arte y con un montón de amigos artistas. Esos amigos de su madre inspiraron, y aplaudieron, la vocación de un joven Axel. Con 14 años, comenzó vendiéndoles velas que compraba en el mercado. Luego llegarían los candelabros. Para cuando cumplió 21 años, Vervoordt ya tenía un Lucio Fontana. Y un Magritte. Tenía tan buen ojo para disponer los muebles, seleccionar los lienzos y elegir las telas que su madre lo convenció para que arreglara unas viviendas junto a la catedral de Amberes. Fueron sus primeras casas. “Al entrar parecía que todo había estado siempre allí”, recuerda para Arquitectura y Diseño. Esa es desde entonces su fórmula como interiorista: parar el tiempo, construir, combinar y diseñar fuera de él.

Axel Vervoordt
  • ¿Cómo hace para filtrar el pasado? ¿Cómo decidir qué debe salvarse y qué es mejor dejar atrás?

El pasado es una gran fuente de inspiración, pero lo que busco en él es la calidad que siempre regresa, justo lo que no llega nunca a ser pasado. A veces, para traerlo a nuestro tiempo, hay que darle otra dimensión: descontextualizarlo, acompañarlo… Sin hacerle perder su naturaleza.

  • Es un gran defensor de la naturalidad ¿en qué consiste? ¿Qué es un espacio o un diseño natural?

Las cosas tienen que arraigar, tienen que pertenecer al lugar; solo así se consigue armonía y serenidad.

  • Pero usted no consigue ese equilibrio limpiando o restando, sino sumando. ¿Cómo lo hace?

No hay reglas. Cada caso es diferente. La creatividad nace de la libertad total, del riesgo. Lo fácil es restar, pero el reto está en conseguir la convivencia armónica. La armonía es el objetivo. Hasta las cosas feas pueden decorar y convivir, siempre que sean genuinamente feas, y no una burda copia.

  • Su trabajo como diseñador, como su propia trayectoria, es una suma. Se ha pasado la vida sumando profesiones: al pequeño comerciante que una vez fue le sumó un coleccionista y luego un restaurador. También un anticuario y un galerista. Y, a la vez, ha ido añadiendo piezas –que muchas veces termina vendiendo– a su colección.

Es una pasión. Adoro trabajar. Y también me gusta ser útil a los demás. Espero poder seguir haciéndolo mucho tiempo.

Axel Vervoordt
  • ¿No tiene un estilo y por eso lo tiene?

Me gusta lo sencillo. En mi trabajo hay mucha influencia oriental. He viajado mucho y trabajo mucho en Oriente, y hay algo en la manera de iluminar, elegir y ordenar que genera tranquilidad, pero cuidado: lo sencillo no me gusta por oposición a nada. Trabajo también lo barroco; lo recargado puede tener mucha vida. Lo que me interesa son los valores universales, los que se entienden en todo el mundo y se han entendido en todas las épocas. Esa eternidad es la civilización del mundo. Y tiene toda su vigencia en el siglo XX.

  • Afirma que el hogar debe ser siempre un lugar vivo. ¿Qué da vida a una vivienda?

Mi casa es mi lugar favorito del mundo. Y creo que eso debe de ser para todos. Todo lo que hay en una casa debe usarse, debe poder tocarse y hasta cambiarse de lugar. Eso da vida al espacio y a la gente que vive en él. Si uno está incómodo en su propia casa, no es su casa.

  • ¿Cómo se ordena una casa viva?

En las casas que diseño, cada habitación tiene un carácter. Mis cocinas son más cómodas que tecnológicas. En cambio, me gustan los salones despejados, tranquilos, relajantes. Es importante que en una casa haya espacio para todo, que convivan ambientes diversos. Uno cambia; la casa puede y debe admitir ese cambio.

  • Desde 1984 su casa es un castillo del siglo XII. 

Sí, está cerca de Amberes. Es un castillo medieval de 1108. Y no hemos parado de cambiar cosas. Es un trabajo sin fin, pero, justamente por eso, es también una casa viva. Todo suma. No hay revolución, hay evolución. Si uno le habla con cuidado al pasado puede construir el futuro.

  • ¿Cómo conseguir confort dentro de un castillo?

La comodidad, como la naturalidad, es una de las claves de mi trabajo. Diría que lo más importante. Siempre se siente y termina por verse. Un hogar con un fuego encendido, una vela, unas buenas instalaciones que no dan problemas, baños bien organizados… Todo eso es comodidad. Y la comodidad no compite con nada, no le roba la atención a las obras de arte que haya en una casa.

AXEL
  • Es un hombre de negocios desde los 14 años.

Comencé a venderles velas a las amigas de mi madre, pero no empecé a coleccionar –y a vender para mantener la colección viva– hasta que cumplí 21 años.

  • ¿Y qué vendía?

Solo vendo cosas que me gustan.

  • ¿Cómo empezó a coleccionar?

Comprando un Lucio Fontana. Fue mi primer cuadro. Era, es, negro. Tenía 21 años y también compré un Magritte.

  • ¿De dónde sacaba el dinero?

Tenía ya algo de dinero ahorrado y tomé prestado de mi padre (con intereses). La mayor parte la conseguí restaurando unas viviendas medievales junto a la catedral. Mi madre me animó a ir a verlas. Las arreglé y a sus amigos les gustaron tanto que comencé a ganar reputación también como interiorista.

  • ¿Por qué su madre confiaba tanto en su gusto?

Siempre me apoyó. Me dio una clave: cuando ames algo, podrás venderlo. La combinación entre lo artístico y lo comercial requiere un ojo especial.

  • ¿Cómo se puede vender –desprendiéndose de ello– lo que se ama?

Es al revés: solo se puede vender lo que se ama cuando eres un buen vendedor.

  • ¿Tiene algo que no esté en venta?

Un buda que compré hace muchos años y el cuadro negro de Fontana con el que empecé. Pero no me cuesta vender. Mi padre criaba caballos y luego los vendía. Imagínelo. No es solo ver el cuadro que está en tu casa, es vender un ser vivo que has conocido, alimentado y visto crecer. Pero también es dejarlos ir. Acostumbrarse a dejar ir desde pequeño me hizo entender lo que es la vida: estamos de paso. Y, a la vez, es muy bonito dar a las cosas otra oportunidad. Siempre pienso que, con una mudanza, mis cuadros o mis muebles pueden encontrar un lugar mejor. Al final, he estado tanto tiempo con ellos que, espiritualmente, siento que me pertenecen. Pero al desaparecer de mi vista también dejan espacio para que otras cosas me interesen.

  • El cambio no lo aplica a todo en su vida. Lleva media vida con su mujer, May, y sus hijos trabajan también en la empresa familiar.

Mi hijo pequeño, Dick, se encarga de gestionar las propiedades inmobiliarias que tenemos. Mientras que Boris, el mayor, tuvo la idea de expandirnos por Asia.

  • ¿Cuál es la ocupación de su mujer?

Se encarga de los textiles y también le interesan las flores y los jardines.

  • Su sello es la mezcla. Y el atrevimiento que logra combinaciones inesperadas. ¿Todo se puede mezclar?

No todo. Yo mezclo cualquier cosa cuando pienso que hay objetos o muebles o materiales que pueden inspirarse unos a otros. Cuando siento que forman un todo nuevo que beneficia a lo que mezclo. Lo hago si me doy cuenta de que pueden sumar más que dos. Uno y uno es mucho más que dos. Es tres, o a veces incluso cuatro. Si la combinación refuerza lo mezclado, entonces funciona. De lo contrario, es mejor probar de nuevo. Mezclar es difícil. Es algo casi espiritual. Se debe conocer lo que se mezcla y se debe observar cómo combina. La libertad es un buen punto de partida. El objetivo puede ser el equilibrio, la tranquilidad o la armonía. Pero no hay reglas, solo una de oro: no se puede molestar.