Simplicidad, funcionalidad, buenas formas y afán de dar servicio más que de brillar son la manera de trabajar y de concebir esta profesión que André Ricard reivindica como más procedente que nunca. A sus 94 –espléndidos– años aún baja todos los días al pequeño estudio que mantiene en un bajo del edificio de Sarrià donde lleva viviendo desde los años setenta. André Ricard (Barcelona, 1929), patrimonio nacional del diseño español, rebosa de nuevas ideas, boceta, manda hacer prototipos y, sobre todo, reflexiona escribiendo en su ordenador sobre aquello a lo que ha dedicado su vida ("Tengo un temario pendiente, lo superfluo, lo útil y lo fútil... Reflexionar es muy importante, y escribir es una forma de reflexionar en profundidad"), su herencia.

Es un espacio acristalado abarrotado de recuerdos e iconos: su mítico frasco para la colonia Agua Brava, el cenicero Copenhague, el primero apilable y pensado para que no se volaran las cenizas, que ideó cuando aún era fumador, la antorcha de la inauguración de los Juegos Olímpicos Barcelona 92, lámparas Seta para Metalarte, un dibujo de Javier Mariscal, portalápices japoneses que usa para dibujar... En el centro, su última creación que este mes de septiembre verá la luz, una silla para Isist Atelier, editora barcelonesa especializada en piel artesanal, que produce las piezas de colegas queridos y admirados como Juan Antonio Coderch, Miguel Milá o Antoni Bonet, con quienes comparte códigos estéticos y deontológicos.

 

 

La nueva silla Orma diseñada por él para Isist Atelier siguiendo el concepto de su admirada BKF.

 

A saber: que el papel del diseñador es el de un planificador de productos eficientes que mejoren la vida de sus usuario sin buscar el brillo de los focos. Honestidad, simplicidad, eficacia y mejora son comunes en sus vocabularios y productos. En su caso, esto es consecuencia de sus estudios de Bellas Artes en la Academia de Warnia Zarzescka en Barcelona, un artista polaco seguidor de la Bauhaus. De ese entender la profesión como un afán de servicio resulta el que solo los iniciados sepan que Ricard está detrás de productos tan omnipresentes en nuestras vidas como el detergente Norit, la colonia Denenes, la estufa de butano de Corberó o las cafeteras Visacrem o Gaggia de los bares donde tomamos el cafelito mañanero, por citar solo unos pocos.

 

En la silla Orma ha volcado lo aprendido en toda una vida, lo que funciona y lo que hay que evitar. Y no queremos decir que es su testamento de diseño, porque mientras posa con paciencia para estas fotos nos enseña el prototipo que ha mandado hacer en China de una lechera antigoteo o una genialidad de cubertería pensada para sacar y retirar de la mesa en un soporte, ambos a la búsqueda de productor. "Lo más lógico es tenerlos en el centro de la mesa y usar los que se necesiten. No entiendo que los de postre sean más pequeños ya que un trozo de manzana y uno de bistec son similares en tamaño; haciendo el agujero alargado se evita el balance", me explica. Por supuesto, tiene toda la razón.

 

 

En una estantería, cenicero Copenhague (1966) y frasco de Agua Brava (1968), diseño de Ricard.

 

Dice que está "superjubilado", pero no deja de trabajar. ¿Aún se ve con ganas y fuerzas de hacer cosas?

La actividad creativa es ciertamente vocacional, lo cual supone que el espacio mental de quien la ejerce esté siempre en activo, captando datos, impresiones, ideas, valorando lo que capta, viendo qué mejoras podrían aportarse. La mente creativa sigue viva, no se jubila, nada la detiene. Los años pueden hacer perder cierta agilidad y ánimos frente a las nuevas tecnologías, pero no detienen su pericia. Sí, aún tengo ganas, si bien con menos ímpetu y fuerza, pero sigo.

Cuenta que en un bar pidió un café con leche y le trajeron una jarrita que vertía el líquido. No dejó pasar la ocasión; se puso manos a la obra a solucionarlo, a dibujar, hizo preparar unos planos constructivos, un modelo a escala... Y funcionó, pero aún no ha encontrado quien lo produzca. Y es que dice con gracia que la parte comercial nunca ha sido lo suyo.

 

Montaje fotográfico con el envase Vapomatic de esta colonia y la escultura Femme de Joan Miró.

En su trayectoria se ha dedicado más al pequeño objeto cotidiano: exprimidores, pinzas de hielo, interruptores, buzones, ceniceros... Pero ha hecho poca silla: la Boome- rang, recientemente reeditada por Calma, o la Drac para Amat. ¿A qué se debe? ¿Falta de interés o de oportunidad?

Siempre me ha gustado diseñar lo que me pida quien me lo encarga y lo va a comercializar. De modo que mis diseños son en su mayoría lo que me han pedido que diseñe. El reto es mayor ya que se trata de una cuestión en la cual no has pensado, se te pide una espontaneidad que te hace pisar terrenos a los que no habías ido. Además, estos objetos reflejan muy bien mi forma de concebir el diseño, más servicial que narcisista. Nadie hasta la Olimpiada Cultural, en los años ochenta, me había pedido crear una silla, la de Amat. Esta es la razón.

 

¿Y cómo surgió Orma? ¿Le tentaron o la tenía en mente?

Siempre he admirado la butaca BKF, cómoda, entre las más creativas que se han hecho, ingeniosa y sencilla, y me sorprendía que esa idea de un asiento consistente en una es- tructura metálica en la que se enfunda una vaina de cuero, sin laboriosos tapizados y acolchados de espumas, pero cómodo, no hubiera cundido. Fue conocer a Juan Carlos Sanz, de Isist Atelier, quien la produce, lo que me llevó a estudiar qué posibilidades permitía ese concepto hasta llegar a esto, que no se le parece, pero tiene los mismos elementos. Era imposible pretender mejorar la BKF, pero si bien no tiene defectos, su personalidad le otorga sus particularidades: su envergadura y el tipo de posturas relajadas que permite imponen limitaciones de ubicación y de uso. Como ocurre con el sillón Wassily, de Marcel Breuer, o la chaise longue de Le Corbusier, asientos restringidos a ciertos entornos ambientales y, como mucho, dos piezas. Así que busqué que fuera una butaca de dimensiones más habituales, de modo que encajara en otros usos: despacho, comedor, sala de espera, etcétera. Y en mayor número; puedes poner cuatro juntas.

 

Ricard bocetando a mano Orma.

 

La experiencia suele evitar caer en una serie de tentaciones o de errores a la hora de diseñar. ¿Ha sido así aquí?

Sí, como ocurre en todo proyecto. La mente se focaliza entonces en recopilar todos los defectos superables de lo que se va a diseñar. En este caso, lo que no podían faltar eran los brazos. Ayudan en todo momento; de entrada facilitan el levantarse, también para leer aportan apoyo a los codos. Curiosamente, en francés los reposabrazos se llaman accou- doirs, en referencia al termino coude (codo).

 

En su eterna defensa de la función, explíquenos esos otros intríngulis constructivos, aquellos que la hacen más cómoda y mejoran la experiencia de sus usuarios.
En la Orma la comodidad se logra, como en la BKF, por esa funda de cuero. Lo de los brazos, como he dicho, es otro aspecto importante; los codos se posan sobre piel y no directa- mente sobre la estructura metálica que los conforma. Cabe destacar el hecho de que asiento y respaldo no comparten la misma curvatura, como suele suceder en las tumbonas, algo que tiende a hacer que el cuerpo se deslice. En la Orma, asiento y respaldo son dos piezas unidas, lo que permite que el cuerpo encaje perfectamente. Abrimos las patas para añadir estabilidad. Un último factor es que es desenfundable, lo cual facilita su limpieza. Es la primera vez que se utilizan cremalleras en una silla, mucho más prácticas, en vez de lazadas.

 

La mesa de trabajo en el estudio del diseñador en Barcelona, un caos controlado donde él sabe el lugar que ocupa cada cosa.

 

Ricard pide a su hija Olivia, productora de este reportaje, dos hojas de papel para enseñarnos de forma práctica este encaje de las piezas. "Le he visto toda la vida hacer maquetas, pero arreglar cosas, nunca", dice ella. "No, arreglar no, ¡que lo arregle quien lo creó!", remata su padre con sorna.

¿Satisfecho con esa limpieza formal que siempre busca?

Me hubiera gustado que lo fuera mas aún, pero cada parte de nuestro cuerpo reposa en una zona diferente, y cada una tiene sus exigencias particulares. Por ejemplo, el peso del cuerpo ha exigido una barra horizontal debajo del asiento que hubiese preferido evitar. Probé sin ella, pero no. La esté- tica siempre es consecuencia de la buena función.

 

 

Litografía dedicada a André por Javier Mariscal, y su título de caballero de la Legión de Honor concedida por el Gobierno francés en 2011.

 

¿Todo está ya inventado o siempre hay margen de mejora?

Todo puede ser mejorado. Será un pequeño detalle, pero todo mejora la utilidad. Suelo criticar el "diseño" de los móviles. ¡Hay que ver en qué recovecos colocan ciertos mandos importantes que has de buscar cuando los necesitas!

 

 

Y supongo que es ahí donde está el diseñador: al quite.

Exacto, y es por eso mismo por lo que el diseño ha de calar hondo en todos los niveles de la sociedad.

¿Se ha quedado con ganas de diseñar algo?
Más obra publica, aquellos objetos que la gente usa sin ad- quirirlos: una cama de hospital, un sistema de basura, una celda... Parece una respuesta demagógica, pero son estos temas los que nos retan, pues han sido los grandes olvidados.

 

Detalle de la mesa de trabajo.

 

¿Le interesa lo que se hace hoy en día?

Me alejo de lo que leo y veo. Hay que regresar a lo esencial. Hay demasiados gadgets y cosas. Los jóvenes entienden el diseño como hacer cosas estrafalarias, llamar la atención, y no solo la humildad de una pequeña aportación. Y eso está lejos de lo que yo he concebido. Me consideran un purista, pero solo ten- go sentido común, y el papel del diseñador es mejorar la función de las cosas que usamos a diario. Si la estética que se crea es fría, pues es fría. Pero no perseguimos la estética. Somos el médico de los productos industriales. La industria piensa en la rentabililidad, y el único embajador que tiene el consumidor en el equipo que crea cosas es el diseñador.