La madera fue, junto con la piedra y el barro, el material empleado para todo tipo de construcción hasta el siglo XIX, momento en que se consolidaron los sistemas metálicos estandarizados en la construcción. A pesar de ello, los sistemas de ensamblaje creados y perfeccionados durante siglos siguen siendo usados de forma convencional hoy en día para todo tipo de trabajo con madera. En los templos japoneses, construidos en madera, continúan hoy en día sustituyendo pieza por pieza las partes que envejecen, haciéndolos así eternos. ¿Cómo está tan en auge su uso si ya existen materiales imperecederos que sustituyen y mejoran algunas de sus características? La respuesta es fácil: ninguno de esos materiales aúna un diseño sensual perfeccionado por millones de años de evolución natural con las posibilidades de manipulación y resolución de problemas en obra que sí tiene la madera.
La larguísima trayectoria del uso de la madera en arquitectura nos aporta una perspectiva interesante sobre este maravilloso material. De entrada, puede emplearse como elemento estructural o exigirle el acabado más exclusivo, y su puesta en uso es inmediata tanto en un caso como en otro ya que no precisa largos períodos de fraguado como el hormigón. La relación entre su peso y su resistencia es muy favorable frente a otros productos; hablamos del orden del 20% de peso en comparación con una estructura de hormigón armado, algo que permite reducir sensiblemente las cimentaciones.
Por si fuera poco, dependiendo de la especie, su flexibilidad y deformabilidad varía, una cualidad que en determinados casos nos puede ahorrar más de un dolor de cabeza. También posee una alta resistencia térmica (actúa como aislante) y una inercia térmica nada despreciable, aspecto que convierte a la madera en ese material cálido que tan agradable es al tacto. Incidiendo en el aspecto del confort, al ser un material higroscópico absorbe o libera agua al ambiente según se requiera, ayudando a regular la humedad relativa.
La industria ha llevado los sistemas de unión a niveles muy tecnificados que ofrecen toda la seguridad de utilización, ya sea en la mejora de los sistemas clásicos de ensamblaje y encolado como en los mixtos, más actuales, donde se resuelven las uniones con acero. También se ha mejorado sensiblemente en los tratamientos antimoho gracias al control de humedad en fábrica, antixilófagos con maderas impregnadas y antitermitas con mallas de protección en los lugares sensibles de ataque.
Sus puntos débiles siguen siendo los mismos que hace 2.000 años: su durabilidad en espacios exteriores expuestos al sol es limitada y precisa de un correcto mantenimiento; este será mayor o menor en función de si escogemos bien la madera ya que las hay mucho más resistentes que otras. El otro enemigo es el agua: su presencia de forma continuada convierte a la madera en alimento para hongos y xilófagos y su reparación casi siempre consistirá en la sustitución de la pieza, por suerte algo casi siempre fácil de ejecutar.
La conciencia social sobre los efectos de la explotación intensiva de los recursos forestales forzó a la industria a adoptar los criterios de gestión de los bosques que en los años noventa marcaron las organizaciones impulsoras de los sellos FSC y PEFC. Este giro en la producción y en el consumidor convirtió la explotación de bosques en una industria rentable, con el valor añadido de poseer una elaboración bajo condiciones sostenibles; no en vano la madera es uno de los materiales que menos combustible fósil consume en su proceso de transformación.
Existen varios motivos por los que este material detenta el liderazgo como producto ecológico: de entrada, durante el proceso de crecimiento de un bosque este libera cantidades enormes de oxígeno a la atmósfera; en segundo lugar, bien gestionado un bosque es un productor inagotable de materia; de ningún otro material podemos hacer semejante afirmación, y por último, hoy en día de la madera se aprovecha todo: la raíz, la corteza, hasta el serrín; todo tiene salida en el mercado.
La naturaleza orgánica de la madera ofrece un amplio abanico de densidades, resistencias, texturas y acabados, algunos de ellos mediante manipulación, como la textura de aserrado, los acabados troquelados o los barnizados de poro abierto o poro cerrado entre otros. La cantidad de procesos de preindustrialización es amplísima; así es posible reducir el uso de materia prima a la vez que el control de calidad del producto es mucho más exhaustivo. Además, cualquier producto que no supere este control puede reconvertirse en otro mediante un nuevo proceso, reduciendo los residuos.
Por otro lado, como ya hemos apuntado anteriormente, al tratarse de un producto ligero, los costes indirectos de transporte y montaje se reducen sensiblemente. Quisiéramos destacar su capacidad de aplicarse en sistemas menos conocidos; por ejemplo, los sistemas estructurales de muros de carga de madera contralaminada (CLT), una de las aplicaciones con más auge en la actualidad.
Otra aplicación, muy extendida en Norteamérica, pero no tanto en España, son los sistemas de entramado ligero, que permiten la construcción en fábrica de fachadas, cubiertas y forjados con aislamiento incorporado totalmente acabados y listos para instalar. Por último mencionaremos la que seguramente sea la aplicación con más incidencia en nuestro país: la fabricación de tableros de todo tipo.