Convivimos a diario con textiles. No solo la ropa, sino tapicerías de sillas y sofás, cortinas, sábanas, mantas, alfombras y cojines no existirían sin la gran familia de los tejidos. Unos materiales fundamentales para la arquitectura, el diseño y la decoración, pero también un potencial foco de contaminación. Es tal la magnitud del problema, que se estima que hasta el 20% de la contaminación mundial de agua procede de los tratamientos textiles como blanqueantes, tintados, antiarrugas o antimanchas. Sustancias que además quedan impregnadas y convierten a la mayoría de textiles en una bomba de sustancias cancerígenas, irritantes y disruptoras endocrinas. Como ocurre en la alimentación, hablar de tejidos ecológicos es hablar de salud personal.
Los tintes convencionales están basados en químicos peligrosos y metales pesados que están creando un potencial de toxicidad preocupante en los productos que nos rodean. España es puntera en el desarrollo de tintes más ecológicos y saludables con proyectos como Seacolours, financiado por la Unión Europea para el desarrollo de pigmentos a partir de algas. O los ofrecidos por Grintint, que ha logrado los colorantes más naturales e inocuos del mercado con la máxima eficiencia industrial y un precio competitivo. Aún no es posible tener una paleta de color comparable a los derivados sintéticos, pero sí suficiente como para satisfacer casi cualquier tipo de diseño y una multitud de acabados estéticos.
La recuperación del conocimiento ancestral es una constante en la investigación de nuevos materiales más ecológicos que rescatan fibras vegetales y técnicas tradicionales. Como el Piñatex, un tejido procedente de la hoja de la piña y un acabado similar al cuero, desarrollado por la empresa Ananas Anam, liderada por Carmen Hijosa. El proceso de fabricación está basado en la sabiduría indígena filipina, que obtenía un material textil de altas prestaciones de manera totalmente natural a partir de las fibras y resinas vegetales. Se pueden lograr diferentes acabados y ofrece una resistencia equivalente al cuero animal, lo cual le abre un campo infinito de posibilidades en el sector del mueble.
Recientemente se ha desarrollado una fibra procedente de la celulosa de la madera y procesada mediante técnicas de máxima eficiencia en uso de agua y químicos. Llamada Tencel, tiene el honor de ser la primera fibra inventada en los últimos treinta años y una de las más ecológicas, saludables y de calidad del mercado. El tejido es más suave que el algodón y con mejores propiedades de absorción de humedad y antibacterianas, lo que la está convirtiendo en el material por excelencia para el descanso en forma de sábanas, rellenos de edredones y cubiertas de colchón.
Una variante del proceso es el realizado con fibras de bambú, que inhibe completamente la propagación bacteriana y protege contra rayos UV sin necesidad de aditivos. Los tejidos naturales heredan las capacidades de las plantas y las transmiten a los materiales de manera “biológica”, consiguiéndose excelentes propiedades con métodos sencillos, sin químicos.
Más allá de la etiqueta GOTS (Global Organic Textile Standard), que diferencia los tejidos producidos de manera orgánica, y la ÖKO TEX, que clasifica los tratados sin sustancias de elevada peligrosidad, existen numerosas iniciativas públicas y privadas encaminadas a lograr una producción textil más sostenible. La proliferación de tejidos reciclados procedentes tanto del PET de las botellas de plástico como del nailon de redes de pesca da buena cuenta de ello. Las principales marcas han emprendido una supuesta reconversión hacia el algodón orgánico en la misma línea.
Pero no es verde todo lo que se etiqueta. Y es que si hay algo incompatible en términos de sostenibilidad es producción ecológica y mercado masivo. Como ocurre con la alimentación, sospecha de un tejido que se llame ecológico y sea barato. Producir a coste de saldo es incompatible con una producción circular, biodinámica y sostenible. El primer paso es apostar de manera definitiva por productos duraderos y de la máxima calidad.