La luz es un referente en el diseño arquitectónico, un hilo conductor sutil e invisible capaz de crear atmósferas mágicas y muy vivas. Gaudí afirmaba que "la arquitectura es la ordenación de la luz", y Le Corbusier, que "la arquitectura es el encuentro de la luz con la forma". Las ventanas se abren para facilitar la entrada de la luz al interior de los espacios, para aportarles vida y llenarlos de energía.
También la ciencia avala las propiedades de la luz. A través de la información de las ondas electromagnéticas de la luz natural, el cerebro regula los ritmos circadianos como el día y la noche, o el sueño y la vigilia. De hecho, el sol regula nuestro reloj biológico, "pone en hora" el organismo. Son bien conocidos los efectos del desajuste del reloj biológico que provoca el famoso jet-lag de los vuelos transoceánicos.
Los estudios del doctor Norman E. Rosenthal han contribuido de forma decisiva a constatar que la luz natural es necesaria para que el organismo pueda realizar sus procesos biológicos, y cómo su carencia se asocia con problemas de salud. Los resultados de su investigación, publicados en 1984 en la revista científica Archives of General Psychiatry, permitieron a Rosenthal definir el trastorno afectivo estacional, un tipo de depresión asociada a la escasez de luz, típica del invierno –especialmente en los países nórdicos–.
El "hambre de luz" se asocia con síntomas como una falta de energía, apatía, fatiga, tristeza, cambios de humor, irritabilidad, exceso de apetito, falta de concentración, alteraciones del sueño o de la líbido. La luz natural es un potente alimento para mantener en forma el cuerpo; nos permite sintetizar vitamina D, potencia el estado de salud del sistema nervioso, el sistema inmunológico y el sistema endocrino. Además, también mantiene la mente en forma: una investigación de la Universidad de Alabama concluye que las personas con baja exposición a la luz del sol tienen un riesgo superior de sufrir un deterioro de sus capacidades cognitivas. Actualmente, estos síntomas suelen ser habituales en las sociedades más modernas, en las que la vida transcurre mayoritariamente en espacios cerrados. En los países mediterráneos, a pesar de disfrutar de muchas horas de sol durante todo el año, solo un 10% del día estamos expuestos a la luz natural.
Conocedores de su importancia, los diseños arquitectónicos han favorecido la entrada de luz natural en las casas. Desde disciplinas como la biohabitabilidad sabemos que el bienestar, el confort y la salud dependen de la calidad del ambiente interior, y que la luz natural constituye un aspecto fundamental. Y en este contexto, las ventanas juegan un papel relevante a modo de captadores de luz; en especial sus cristales.
Las ventanas con doble cristal y cámara de aire rellena de gas son la opción más idónea, lo que garantiza la entrada de luz al tiempo que aísla térmicamente (el más común es el gas argón). Si el gas es el hexafluoruro de azufre –el SF6–, además actúa como aislante acústico mejorando notablemente la salud especialmente en ambientes muy ruidosos. Los cristales tintados filtran algunas de las frecuencias cromáticas del sol.
La luz del sol se caracteriza por un espectro completo, por contener todos las frecuencias de los colores del arco iris. Pero no todas las exposiciones a la luz son iguales, depende del momento del día. En la luz de la mañana hay un predominio de frecuencias de onda corta de la franja de los azules, a mediodía predominan los verdes y por la noche, los rojizos.
Abrir las ventanas al este permite disfrutar del despertar con el sol: su luz azulada activa el cerebro y permite empezar el día con energía, siendo la mejor forma de sincronizar el reloj del organismo. Estos conocimientos han sido aplicados por el equipo del Instituto Fraunhofer para la investigación de silicatos en Würzburg, Alemania, para desarrollar un tipo de cristal que favorece especialmente el paso de la franja de luz de las frecuencias azules. De este modo, se puede disponer de todas las ventajas de la luz natural sin tener las ventanas siempre abiertas, minimizando el gasto energético –especialmente en invierno– y también la contaminación ambiental.