Según datos de la Organización Mundial del Turismo, hemos pasado de ser 25 millones de viajeros en 1950 a 1.240 millones en 2016. Y una gran cantidad se desplaza en avión, el medio de transporte más contaminante: 285 gramos de CO2 por pasajero y kilómetro, frente a los 158 que emite el coche y los 14 gramos del tren.
La aviación comercial supone solo el 2,5 % de las emisiones globales de carbono, pero esta cifra previsiblemente aumentará en los próximos años porque la cifra de vuelos y rutas aéreas no deja de expandirse.
Todas estas magnitudes constituyen el trasfondo de un fenómeno reciente que ha empezado a preocupar a las líneas aéreas por su posible extensión: el rechazo a tomar el avión para viajar y la búsqueda de otras alternativas de transporte más limpias para reducir nuestra huella de carbono.
Suecia, país donde el movimiento ha calado de forma más profunda –en parte por la popularidad de la activista adolescente Greta Thunberg, que se ha negado a viajar en otro medio que no sea el ferrocarril–, han puesto nombre propio al fenómeno: flygskam, la vergüenza de volar. Allí también ha surgido su némesis, el tagskryt u orgullo de viajar en tren. Algunos suecos que viajan en este medio incluso alientan a sus compatriotas a hacer lo mismo subiendo fotos de sus travesías ferroviarias con el hashtag #tagskryt. Y la página en Facebook Tagsemester o vacaciones en tren, creada por la ambientalista Susanna Elfors para dar consejos sobre medios alternativos a los aviones, ya tiene más de 90.000 miembros.
Pueden parecer cifras modestas, irrisorias incluso comparadas con las que mueve el turismo a nivel global, pero el caso es que Rickard Gustafson, jefe de la aerolínea sueca SAS, está convencido de que el flygskam está detrás de la caída de 5% en el tráfico aéreo en Suecia en el primer trimestre de 2019. Y hasta el director de la Asociación Internacional del Transporte Aéreo (IATA), Alexandre de Juniac, reconoció en el último congreso del organismo celebrado en Seúl a comienzos de junio que el incipiente movimiento le inquietaba.
De hecho, el activismo sueco ya se ha internacionalizado con la creación de la plataforma Stay Grounded (traducible por "quedarse en tierra" o "con los pies en el suelo"), en la que participan más de 100 asociaciones ambientalistas con el propósito de elaborar medidas y estrategias para cambiar el actual modelo de transporte aéreo, altamente contaminante, y lograr su decrecimiento. Precisamente con el título Decrecimiento de la Aviación, la plataforma organiza una conferencia internacional que tendrá lugar en Barcelona del 12 al 14 de julio. Un encuentro que se realizará sin vuelos y a través de Internet para los que se encuentren a larga distancia.
Por toda Europa proliferan otras iniciativas para limitar los trayectos en avión para los que hay alternativas razonables en tren. Uno de ellos es la ruta Ámsterdam-Bruselas, que en avión se cubre en 45 minutos –sin contar los trayectos a los centros de las ciudades porque los aeropuertos están a las afueras y las horas de espera para embarcar– frente a la hora y 50 minutos que se tarda de media en un tren de alta velocidad. En Francia también se cuestiona el trayecto París-Marsella, conectadas por avión en una hora 20 minutos.
La vergüenza de volar es la última vuelta de tuerca de una creciente preocupación por el impacto ambiental del turismo de masas, y la necesidad de ir hacia un modelo de ocio más sostenible para el planeta. Es una tendencia que tiene manifestaciones múltiples: recientemente se ha puesto el foco en la contaminación de los océanos por los plásticos, y las grandes cadenas hoteleras han movido ficha para reducir en lo posible esta lacra, limitando o incluso suprimiendo el uso de plásticos de un solo uso. Viajar sin prisas e incorporar el trayecto a la propia experiencia de ocio, alentar los alojamientos sensibles con el entorno natural y los restaurantes que se surten de alimentos locales, o apostar por los paquetes turísticos que trabajan para reducir su huella ambiental, son formas de abordar la cuestión desde diversos enfoques, todos ellos íntimamente relacionados.
Las islas y archipiélagos son destinos especialmente sensibles con el tema, ya que a ellos se suele llegar mayoritariamente en avión. Canarias le ha visto las orejas al lobo. En el último encuentro con medios celebrado a mediados de junio, el presidente de la asociación hotelera de la provincia de Tenerife (ASHOTEL), Jorge Marichal, aseguró que ante el flygskam "hay que ser valientes, pioneros y dar un paso adelante mediante la certificación ecológica de nuestros hoteles para compensar al máximo la huella de carbono que generan los aviones que nos traen clientes". Un ejemplo es El Hierro, que se ha convertido en la primera isla autosuficiente en energía del mundo gracias a su apuesta por las fuentes renovables.
En la promoción de un turismo más ecológico, Noruega despunta sobre los demás países. Mediante propuestas como el sello Green Travel que identifica planes, productos y ofertas medioambientales a los que están adheridas muchas empresas turísticas noruegas, el país escandinavo marca la diferencia a la hora de escoger destino turístico compatible con el respeto de la Naturaleza. La mejor apuesta sostenible en Noruega es La Ruta de Oro situada en la península de Inderøy, donde los turistas pueden disfrutar de multitud de actividades ecológicas y degustar su deliciosa comida. El país de las auroras boreales cuenta además con una extensa y excelente red de hoteles con certificación ecológica.
Al final, no se trata de renunciar a volar, por la sencilla razón de que no se puede llegar a todos los rincones del planeta por medios terrestres. Se trata de viajar de un modo más consciente y de premiar todas las iniciativas que contribuyan a reducir los efectos negativos de nuestras merecidas vacaciones.