El documental ¿Cuánto pesa su edificio, señor Foster? (2012), un repaso por la trayectoria vital y profesional del arquitecto británico Norman Foster, lleva por título una pregunta que le hizo Buckminster Fuller cuando era su mentor. Fuller representaba para Foster "la verdadera esencia de una conciencia moral, siempre alerta sobre la fragilidad del planeta y la responsabilidad del hombre en protegerlo". Su cuestión encerraba una alusión al impacto que la arquitectura tiene en el medioambiente: ese "peso" no representa solo la masa de un edificio, sino también la carga ambiental que generan sus materiales, su construcción y su consumo.
No es de extrañar que, interpelado de ese modo tan directo por su maestro, el arquitecto más global de nuestra era abrazara el credo ecológico desde muy temprano y siempre haya procurado aligerar al máximo la huella de sus proyectos. De hecho, su estudio Foster+Partners se ha comprometido a diseñar únicamente edificios con balance de carbono neutro para 2030, siendo la primera oficina de arquitectos en firmar el Net Zero Carbon Buildings Commitment.
Proyecto MultiPly, de Waugh Thistleton Architects para el Consejo de Exportación de Frondosas Americanas (AHEC) en Madrid Design Festival 2020.
El sector de la construcción ya no puede eludir su obligación con la preservación del medioambiente. En las próximas dos décadas se prevé construir y reconstruir un área aproximadamente igual al 60% del parque de edificaciones en áreas urbanas en todo el mundo. Si eso se hiciera con los métodos que se han empleado hasta ahora, el planeta simplemente no lo soportaría. Se estima que desde la década de 1970, la demanda de recursos asociada al estilo de vida actual ha excedido la capacidad biológica de la Tierra para satisfacerla. Urge una arquitectura de nuevo cuño que ayude a revertir esa situación.
Según el arquitecto Iñaki Alonso ("Arquitectura para la mitigación del cambio climático", El País, 20/7/2017), la principal estrategia debe basarse en el diseño de edificios que en su etapa de uso gasten lo mínimo posible; no en balde el 80% del impacto en términos de consumo de energía ocurre en la fase de operación del edificio, siendo el 20% restante en la fase de diseño y construcción.
Redwood Cabin, de Jeff Waldman y Molly Fiffer.
Hacia esa estrategia convergen desde la directiva europea 2010/31/UE, que obliga a que todos los edificios sean de consumo de energía casi nulo (Nearly Zero Energy Buildings) a partir de 2020, hasta estándares de construcción como Passivhaus, orientado a minimizar la demanda energética de un edificio necesaria para mantener las condiciones de confort.
Pero no basta solo con ser eficiente energéticamente, sino que la clave está en diseñar edificios que no produzcan residuos. Según Eurostat, los residuos de construcción en Europa aumentaron en un 57,2% entre 2004 y 2014, alcanzando casi 62 millones de toneladas. La solución a ese despilfarro reside tanto en la adopción de una arquitectura menos fagocitadora de recursos –y ahí la construcción industrializada tiene mucho que decir– como aplicar los principios de la economía circular que valorice los materiales –darles una "identidad", según el arquitecto Thomas Rau– para luego reutilizarlos en nuevos edificios.
Este es el objetivo que persigue el proyecto de investigación europeo Building as Material Banks (BAMB), dentro del cual se ha creado la herramienta Material Passport, un documento para cada producto o construcción en el que se detallan todos los materiales que lo conforman y sus características, lo que les aporta un valor para su recuperación, reciclaje y reutilización.
Vivienda del Parque Lafayette en Detroit, proyecto diseñado por Mies van der Rohe.
Según la arquitecta Miren León ("Diseño de edificios reversibles: el diseño para el cambio sostenible", blog de la Fundación Arquia, 16/8/2019), de este modo se podrán concebir edificios fácilmente desmontables, en los que sus partes se puedan quitar y agregar sencillamente sin dañar el edificio o sus componentes. Serán construcciones que generarán menos residuos ya que ellas mismas serán bancos de materiales valiosos que se podrán reparar, reutilizar y recuperar para nuevos proyectos.
Pero nada de todo esto tendrá sentido si, como afirma Iñaki Alonso, en aras de la sostenibilidad la arquitectura pierde la belleza y la capacidad de emocionar. "Estas construcciones tienen que cuidar a las personas, tienen que ser saludables, tienen que trascender a las modas y a la cultura del espectáculo". Y es que la arquitectura del futuro deberá desprenderse de todo lo superfluo, pero nunca de su halo poético.