Es un fenómeno relativamente reciente, pero las evidencias científicas comienzan a acumularse, y la previsión es que la incidencia aumente en las próximas décadas y pueda llegar a convertirse en un verdadero problema de salud pública. Nos referimos a las enfermedades y dolencias provocadas por entornos habitables contaminados.
Desde mediados del siglo xx la exposición continuada a sustancias químicas y materiales artificiales tanto en la construcción como en toda clase de productos de consumo doméstico e, incluso, en la vestimenta, supone un riesgo potencial para nuestra salud. Algo agravado por la extensión de las redes de comunicaciones inalámbricas en los últimos años, generadoras de radiaciones electromagnéticas.
Tomar el sol y pasar el mayor tiempo posible en contacto con la Naturaleza benefician la salud. Solo con pisar el césped, por ejemplo, descargamos la electricidad corporal.
Foto: Pere Peris
Todos somos sensibles en algún grado, pero no reaccionamos del mismo modo: mientras unos pueden experimentar molestias menores, otros pueden desarrollar patologías serias (como el Síndrome Químico Múltiple –SQM– y la Electrosensibilidad –EHS–) que les inhabiliten e, incluso, pongan en peligro su vida.
En casos extremos algunas personas hipersensibles han tenido que abandonar las ciudades para buscar “zonas blancas” o zonas cero en áreas rurales (ya existen en países como Suecia, Canadá y Francia). Se trata de lugares con polución cero, libres de radiaciones electromagnéticas, ruidos y sustancias químicas. Pero como en la práctica a muchas personas sensibles les resultaría imposible dar este paso, algunos expertos han propuesto la creación y regulación de áreas blancas urbanas tanto en espacios públicos como privados en los que se respeten en lo posible los criterios ambientales de una zona blanca o zona cero.
La existencia de domopatías puede afectar al sistema inmunitario y al equilibrio inmunológico. Mujeres embarazadas, personas enfermas, ancianos y niños son sujetos especialmente hipersensibles.
Foto: Fumihiko Ikemoto
Para ello el enfoque tiene que ser global y multidisciplinario ya que el problema ambiental siempre es multifactorial (químico, eléctrico, biológico, acústico, etc.). Aunque ciertas medidas preventivas, como una red eléctrica biocompatible, precisan de la intervención de un experto, podemos reducir la contaminación ambiental en casa con medidas sencillas. Por ejemplo, combatiendo el ruido –que fatiga el sistema inmunitario– con aislantes naturales (corcho, lana orgánica, cáñamo). O evitando los tóxicos químicos presentes en materiales de revestimientos, textiles y productos de limpieza.
Muchos materiales artificiales generan electrostática. Hay que evitarlos tanto en los pavimentos y revestimientos de la casa como en los textiles, la ropa y el calzado.
Foto: Mikkel Mortensen
Una buena ventilación resulta fundamental para renovar el aire y limpiar el ambiente. Con personas asmáticas o alérgicas también resulta útil instalar un purificador de aire con ionizador. Estas precauciones han de ser mayores en los dormitorios para facilitar el descanso –alejando, por ejemplo, todo aparato eléctrico del cabecero de la cama–, y sobre todo si hay personas especialmente sensibles como mujeres embarazadas, niños, ancianos y enfermos. Por último, pero no menos importante, conviene adoptar hábitos de vida saludables, como tomar diariamente el sol, pasar el mayor tiempo posible en contacto con la naturaleza (o introducirla en casa con plantas) y comer alimentos sanos.