A la Casa Gomis (1949-1963), de Antonio Bonet Castellana, uno de los mejores ejemplos de arquitectura racionalista residencial de mediados del siglo XX en España, se la conoce popularmente por La Ricarda porque se construyó cerca de la laguna del mismo nombre. El acuífero, junto a otra laguna más pequeña, la Magarola, forma parte de un espacio natural en el municipio barcelonés del Prat de Llobregat que es hogar de especies vegetales y animales protegidas por la Red Natura 2000 de la Unión Europea.
El problema es que esta finca privada de 135 hectáreas, perteneciente desde hace casi un siglo a la familia Gomis Bertrand, se encuentra justo al lado del aeropuerto del Prat de Barcelona. Y ampliar esta instalación, según sus planificadores, pasa indefectiblemente por afectar esta zona o el otro espacio protegido del delta del Llobregat que "encajona" al aeropuerto en su extremo opuesto, el Remolar-Filipines.
Según los ecólogos, los acuíferos de La Ricarda son fundamentales para evitar la salinización del delta del río Llobregat.
La polémica desatada acerca de la ampliación del aeropuerto del Prat es un ejemplo de manual del conflicto entre progreso económico y la preservación del patrimonio natural y arquitectónico. Una colisión que adquiere tintes opuestos según cómo se formule la cuestión: ¿Hasta qué punto lo existente, sea un edificio o un espacio natural, se puede interponer en el progreso económico, generador de puestos de trabajo? O, ¿Por qué cierta idea de progreso económico tiene que pasar necesariamente por "arrasar" con la historia o el medioambiente?
La solución es complicada. Con una extensión de casi 100 kilómetros cuadrados, el delta del Llobregat es un entorno frágil y sometido a gran presión en el que conviven zonas urbanizadas –además del municipio del Prat de Llobregat, Viladecans y Gavà–, con la actividad agrícola tradicional –de hecho, en La Ricarda además de la Casa Gomis todavía siguen en pie varias construcciones ligadas a dicha actividad– y gigantes logísticos y económicos como el propio aeropuerto, el puerto y la Zona Franca.
Además de la Casa Gomis, en la zona todavía se conservan construcciones ligadas a la actividad agrícola tradicional.
La mayor concienciación medioambiental de las últimas décadas ha impulsado la recuperación del cauce final del río y su adecuación para que la gente pueda visitarlo. Actualmente se calcula que cada año visitan la zona unas 150.000 personas del área metropolitana de Barcelona. El entorno de la laguna de La Ricarda ofrece un magnífico lugar para que el visitante pueda observar y fotografiar, desde discretos miradores, las aves que habitan la zona o la utilizan de paso en sus rutas migratorias entre el norte de Europa y Africa.
No solo eso: según los expertos ecólogos, las lagunas son, además, fundamentales para evitar la salinización del río Llobregat en su desembocadura. Antiguamente, cuando llovía, el nivel del agua de la zona subía y conectaba con el mar. Eso ocurría varias veces al año. Sin embargo, en los últimos 20 años esto solo ha ocurrido cuatro veces.
Las lagunas son hábitat de numerosas especies de aves, algunas amenazadas, que pueden observarse desde los miradores habilitados para el visitante.
Pero por otro lado, ampliar el aeropuerto del Prat sin afectar las zonas naturales anexas supondría acercarse peligrosamente a áreas densamente pobladas, con los problemas de contaminación acústica que ello acarrearía.
La polémica está servida, y los defensores del medioambiente y el patrimonio cultural, por un lado, y del progreso económico –o al menos una cierta idea de progreso económico–, tienen argumentos de sobras para que el debate, más allá de las luchas políticas de corto alcance, sea intenso.