Envases y embalaje son un producto transversal por excelencia. Todos los bienes que nos rodean han estado envasados en algún momento: como materias primas, como materiales preconformados, para su distribución y finalmente como productos para su venta. Y todos comparten algo en común: su ciclo de vida es extremadamente corto. Por eso, diseñar su transformación en residuo es fundamental para comenzar a mejorar la sostenibilidad del producto que contienen. Lejos de lo que a priori puede parecer, los envases son un producto clave para la sostenibilidad del consumo. Bien utilizado y bien diseñado, el envase reduce el impacto ambiental del producto que contiene.
¿Cómo puede ser que añadir un material sea más sostenible que no hacerlo?
Muy fácil: el envase, en su función de conservación, permite proteger los productos y evitar su deterioro en el transporte, alargar la vida de los alimentos y, algo importante, distribuir la cantidad justa para evitar su desperdicio. Dicho esto, no hay que olvidar que el sobreembalaje, el mal diseño y la mala disposición al final de su vida útil también hacen que el envase sea un peligro para los ecosistemas. Y es que la mayoría de los residuos encontrados en el mar y el medioambiente proceden de envases. Sabemos por el último informe de la UE sobre el impacto del consumo que el principal foco de insostenibilidad de nuestra sociedad es la producción alimentaria, con más de un tercio de los impactos sobre el medioambiente. Y también sabemos que casi la mitad de los alimentos que se producen son tirados sin que hayan sido consumidos. Es catastrófico. Pero también sabemos que un buen envase puede alargar el buen estado de esos mismos alimentos entre diez y veinte veces de media respecto al tiempo de no haber estado envasado. Por tanto, es fácil llegar a la conclusión de que el envase contribuye a reducir el impacto del desperdicio alimentario. Y, por supuesto, no estamos hablando de envasar cuatro manzanas en bandejas rodeadas de film, como desgraciadamente es cada vez más común.
En este sentido, el envase flexible, como el film anteriormente comentado, las bolsas o cualquier tipo de envoltorio que no mantiene su forma cuando se vacía, es el que causa los mayores problemas en la reciclabilidad de los envases de plástico. Esta tipología de envoltorio supone casi la mitad del total de plásticos utilizados y, sin embargo, aunque se recojan en el contenedor amarillo no son reciclables. Así pues, si queremos ayudar en la sostenibilidad del envasado, el primer gesto que debemos hacer es rechazar este tipo de formato flexible. Pensemos que su eliminación es incluso más importante que separar los residuos en casa, y es que al ser tan ligero, además de no reciclable, es el que acaba con más facilidad contaminando los mares y campos.
Desmontando mitos de los envases
Sobre los envases y la ecología de sus materiales también existen ideas preconcebidas que conviene aclarar, como por ejemplo que una botella de vidrio es más sostenible que una de plástico. La realidad no es tan simple. Una botella de plástico puede reducir al menos un 75% las emisiones de CO2 respecto a una de vidrio, porque es muchísimo más ligera y se requiere una mínima cantidad de material, lo que hace que sea más eficiente en el consumo de materias primas y además al ser más ligera se reduce drásticamente el impacto del transporte. Siguiendo con el ejemplo de la botella, la alternativa que se está extendiendo de envasar agua en tetrabrik como solución ecológica es un error garrafal. El tetrabrik no es un envase sostenible por diferentes motivos, entre ellos por la mezcla de materiales que hace que su reciclaje no sea posible a día de hoy. Por otro lado, los tetrabriks convencionales contienen una lámina interna de aluminio que incrementa la huella de carbono de una manera elevadísima. Y es que el mundo del envasado es complejo y muy problemático, y por eso se hace imprescindible que se legisle de una vez por todas con el único objetivo de avanzar hacia su sostenibilidad de una manera clara.