Las sustancias químicas ya forman parte de nuestra cotidianidad: no se ven, no se tocan y muchas ni se huelen, pero están ahí. Si a eso añadimos el hecho de que nuestro estilo de vida actual nos mantiene alrededor del 90% del tiempo en el interior de edificios, nos coloca en una situación bastante comprometida.
Las hay en los materiales de construcción, en las pinturas, en los utensilios de cocina, en la ropa, en los alimentos y el agua… Están en todas partes y en el proceso natural de degradación de todos estos elementos se produce una liberación de estas sustancias químicas sintéticas potencialmente perjudiciales para la salud de nuestro organismo.
La acción limpiadora de un detergente ecológico puede acentuarse mediante la adición de 2-3 cucharadas de bicarbonato a la dosis de lavado; es más, tu ropa parecerá más suave por su acción antical.
Las partículas presentes en productos de limpieza, higiene personal, cremas y colonias tienen un proceso de evaporación y asimilación en el organismo a través de la respiración mucho más intenso que las antes mencionadas, lo que las hace aún más peligrosas.
Amenaza endocrina
En febrero de 2013 el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) presentó el estudio más ambicioso hasta la fecha sobre la relación entre las sustancias químicas en el ambiente con alteraciones del sistema endocrino, encargado de regular la segregación de hormonas en el organismo.
Si realizas reformas en casa, especialmente en la cocina y el baño, opta por superficies con propiedades antibacterianas, biocidas y fungicidas.
En palabras del profesor Åke Bergman, de la Universidad de Estocolmo y redactor jefe del informe: “A medida que la ciencia sigue avanzando, es hora de abordar la gestión de las sustancias químicas que perturban la función endocrina, y de proseguir las investigaciones sobre la exposición a ellas y los efectos que tienen en el ser humano”.
La sobreexposición de nuestro organismo a una carga tóxica desmesurada es evidente; los continuos estudios no hacen más que certificar que acumulamos sustancias químicas nocivas cuyos efectos concretos sobre la salud aún desconocemos.
Una buena ventilación en el dormitorio evaporará la humedad corporal acumulada por la noche en la ropa de cama, caldo de cultivo para los gérmenes.
Como ya hemos comentado, los productos de limpieza e higiene son uno de los mayores focos de emisión de estas sustancias en los hogares. El problema es que, aunque nos fijemos en las etiquetas, solo personas expertas en bioquímica serán capaces de discernir entre un producto con alta carga de tóxicos de otro sin ella. Algunas sustancias a evitar son el hipoclorito sódico –la lejía–, la acetona, el formaldehído, la naftalina, el tolueno o el xileno.
Recuerda que la prevención y unos buenos hábitos de limpieza son siempre herramientas poderosas para mantener a raya virus y bacterias.
La dulce higiene
Lo más sencillo y saludable es optar por productos de limpieza de “química dulce”, mucho más respetuosos con la salud y con el medioambiente; son aquellos que cumplen con la normativa de certificación ecológica o Ecolabel (EEE).
Otra opción a tener en cuenta es la de recuperar algunos de los métodos de limpieza inocuos y eficaces que se utilizaban hace tan solo unas décadas: el vinagre, o ácido acético, sin ir más lejos, es desengrasante, bactericida y disuelve la cal de forma muy eficaz; mezclado con agua y algo de zumo de limón es un magnífico limpiacristales con aroma a cítrico. Estos sistemas también conllevan un ahorro en productos de limpieza y permiten que los más pequeños de la casa participen en estas tareas sin ningún riesgo de intoxicación