¿Es posible aplicar los principios de la bioconstrucción en un espacio minúsculo de la gran ciudad, ofreciendo a la vez un hábitat confortable y funcional? Este es el reto al que se enfrentó el estudio madrileño Atipical, integrado por Daniel Jabonero y Angela Ruiz, al rehabilitar una buhardilla de solo doce metros cuadrados en una corrala en pleno centro de la capital. Ellos hablan de este proyecto, al que han bautizado como Casa Bionsai (apelativo creado a partir de los términos Bio y Bonsai) como "la casa eco más pequeña del mundo", y no deben ir muy desencaminados.
Una marca discontinua señaliza la zona en la que la habitante de la buhardilla puede caminar de pie.
El trabajo de los arquitectos ha respetado el sistema de construcción tradicional, manteniendo su transpirabilidad para crear un espacio sano y sostenible. "La bioconstrucción en la ciudad es un reto, pero fácilmente conseguible si partimos de un edificio de principios del siglo XX, con estructura de madera y cerrammientos de ladrillo y cal", comentan.
Para lograr este objetivo, la buhardilla se diseñó de forma que los espacios servidores se acoplasen a los dos laterales existentes, regruesando las paredes para alojar el módulo almacenamiento, el módulo baño y el módulo cocina.
Todos los elementos funcionales de la vivienda están contenidos en tres módulos: cocina, almacenaje y baño.
El módulo baño se compacta en 53 cm de ancho, alojando con precisión los usos necesarios, mientras que el módulo almacenaje es generoso, para maximizar la funcionalidad, a la vez que permite el uso inteligente, transformando el sofá en cama y viceversa con un simple movimiento.
El módulo de cocina lo constituye un mueble compacto con la mínima ocupación en planta de 0,8 metros cuadrados, que se despliega estratégicamente para cocinar generosamente, permitiendo tener tres metros lineales, o 2,3 metros cuadrados de encimera y mesa para comer, triplicando su superficie de uso. Una lavadora escondida y un termo en el ángulo muerto dejan el máximo espacio de almacenaje al área accesible.
Los módulos se despliegan y contraen para ocupar y liberar el espacio según las necesidades.
Y así, todo se vuelve compacto para dejar el máximo espacio libre para disfrutar, trabajar o compartir una cena con amigos al modo japonés, muy pegado al suelo, disfrutando de la calidez de la madera lasurada. Eso sí, sin traspasar el límite de una línea discontinua, que marca la altura de la habitante de la buhardilla para poder caminar de pie en el área.