En esta Navidad regresará también el impacto ambiental de los viajes y traslados (a pesar de las recomendaciones ante la nueva variante). Pero no toda la contaminación está en los malos humos de aviones y coches, sino que los excesos de comida y ropa nueva representan los dos sectores más importantes en nuestro día a día en clave de sostenibilidad: la industria agroalimentaria y la textil con un 15 y un 10% respectivamente de las emisiones globales de CO2. El consumismo es el gran problema ambiental de nuestra sociedad y la Navidad parece que sea sinónimo de consumo a la máxima potencia. Sin embargo, la inmensa mayoría de investigaciones hablan de que, para alcanzar niveles de sostenibilidad equilibrados, deberíamos volver a patrones de consumo europeos de las décadas de 1960 y 1970. ¿Estamos dispuestos a realizar ese viaje en el tiempo?
Un poco de historia
La alegría de dar y recibir asociada a la Navidad hunde sus raíces en el origen de la historia. El día 25 de diciembre es el solsticio y la fecha en que comienza el invierno, y los pueblos antiguos se reunían e intercambiaban regalos para prepararse de cara a los meses más duros del año. Para algunos se debía invocar al renacimiento y ahuyentar el hambre por lo que siempre se ha asociado al banquete y el agasajo frente al crudo invierno por venir. Pero la Navidad de excesos como la conocemos hoy es un invento del siglo XIX y de base claramente sajona. Varios acontecimientos como el Cuento de Navidad de Dickens, que dio a conocer el mito holandés de que San Nicolás hacía regalos en invierno a los niños pobres, junto con la tradición germánica de decorar con ramas de abeto que popularizó el marido alemán de la Reina Victoria de Inglaterra pusieron en marcha el imaginario navideño actual. Lo del papel de regalo es también una historia ancestral que acaba convergiendo en lo mismo en el mismo momento. Se inventó en la antigua China hace dos mil años, donde era costumbre envolverlo todo con papel de arroz y bambú hasta que en 1500 llegó a Europa y trató de popularizarse, pero sin éxito por la poca flexibilidad de los papeles de la época. Fue la Navidad consumista de los grandes almacenes la que impulsó finalmente su consumo sin freno a principios del siglo XX, y, como todo lo realizado de manera irracional, algo que podría ser bonito acaba siendo un problema ecológico de una importancia mucho mayor de lo que puede parecer.
Composión de la interiorista y estilista londinense Cate St. Hill.
Los árboles de Navidad
Los árboles de Navidad siempre han sido un gran dilema, y no solo por cuándo se deben montar. ¿De plástico o natural? Pues como todo, depende. Pero si ya tienes uno de plástico, tirarlo para cambiarlo por uno natural no tiene sentido. Por lo que, primer consejo: conserva lo que funcione, y si es el árbol de navidad de plástico, también. Aun así, como adquisición primera es probable que un abeto cultivado en viveros locales, que no afecta a los bosques naturales, que una vez pasadas las fiestas se gestiona correctamente en los puntos de recogida que los ayuntamientos ponen a disposición de los vecinos para su transformación en encamados para jardines, o que incluso puede trasplantarse en caso de ser enraizado en maceta es, probablemente, una mejor opción.
Propuesta decorativa de Ferm LIVING.
Los adornos navideños
¿Sabías que la inmensa mayoría de adornos navideños se fabrican en la ciudad china de Yiwu? Miles de fábricas de dudosa calidad y aún más dudoso respeto por el medioambiente o los derechos de las personas producen a destajo bolas, guirnaldas, papásnoeles y la infinidad de baratijas que inundan los mercados mayoristas globales de producto navideño. Turnos de 12 horas, 6 días a la semana, según la BBC, por un salario de entre 200 y 300 dólares equivalente, lo que se sitúa en el estricto salario mínimo chino, es el precio a pagar por esos objetos de usar y tirar. Quizá datos como estos nos pueden hacer recapacitar a la hora de adquirir productos de bajo precio. Razón más que suficiente para reafirmar que es un gran momento para compartir horas de creatividad y manualidades en familia, con los niños o entre mayores, y crear todo un escenario navideño aprovechando materiales ya usados y/o de bajo impacto siguiendo alguno de los numerosos tutoriales que se divulgan en las redes sociales.
Detalles decorativos de Tine K Home.
Poco, pero de calidad
Puede parecer una obviedad, pero lo necesario es siempre lo más sostenible. Ser práctico sin perder la emocionalidad es el mejor regalo y será el más duradero. De nada sirve un producto realizado según los cánones más estrictos del ecodiseño si a la hora de la verdad no se va a usar y acaba en la basura. Ahora que pasamos más tiempo en casa es un excelente momento para apostar por el mueble y el objeto de diseño de la máxima calidad. Siempre será mejor un solo producto, aunque de elevado precio, de la máxima calidad y valor, que múltiples regalitos que no llegan a la categoría de pieza clásica. Y compra local. Apoyar el comercio de cercanía es una opción casi con toda seguridad más ecológica y sin lugar a dudas socialmente más responsable. Y, al final, evita los envoltorios. Seguro que hay maneras más creativas y de mejor gusto para generar expectación que esconder nuestro presente bajo enormes cantidades de papeles brillantes y celofanes varios que en segundos acabarán desechados.
Objetos de cerámica de Ferm LIVING.
El pecado de la carne
No hay celebración navideña que no incluya grandes comidas, pero debemos ser conscientes de lo que comemos y su efecto sobre el medioambiente, porque hay más de sostenibilidad en la cesta de la compra que en otras cuestiones más evidentes como en apagar la luz o tirar de la cadena del váter. A la hora de decidirnos, por ejemplo, por la carne roja, pensemos que 1 kg requiere alrededor de 16 kg de cereales para su obtención, mientras que si fuera de cerdo se requeriría el equivalente a 4 kg, lo que nos da una idea de la diferente eficiencia y su consiguiente impacto ambiental. Cuanto más carnívoro sea el plato en la mesa, más daño se estará haciendo al medioambiente. Pero hay algo importantísimo, incluso más allá del qué comemos, que es cuánto cocinamos. En estas fechas se calcula que alrededor del 40% de los alimentos acaban en la basura. Por eso ¡di no al despilfarro de comida! La materia orgánica, cuando llega al vertedero, por culpa de la descomposición anaeróbica, se transforma en metano, un gas con 25 veces más potencial de efecto invernadero que el CO2 y que además produce unos líquidos tóxicos que pueden contaminar las aguas subterráneas. O sea que mide bien lo que cocinas, y si finalmente sobra separa los restos en el contenedor marrón para que se gestione de manera sostenible en plantas compostadoras.