Cuando Arquitectura y Diseño apareció por primera vez en la primavera del año 2000, aunque los guarismos lo indicasen, el siglo XXI todavía no había comenzado. En realidad lo haría año y medio después, el 11 de septiembre de 2001, con el atentado a las torres gemelas en Nueva York. Ese terrible acontecimiento rompió en añicos el fugaz espejismo de lo que el politólogo estadounidense Francis Fukuyama había denominado "el fin de la historia", es decir, el triunfo de la democracia liberal en un mundo salvado de la guerra fría tras el colapso del bloque soviético a comienzos de los años noventa.
Las dos décadas transcurridas desde entonces han sido una enmienda a la totalidad de esa vana ilusión que habíamos abrazado en la última década del siglo XX. Nuevas incertidumbres (la globalización del terrorismo, el crack económico de 2008, con su reguero de precariedad laboral, la crisis energética y de materias primas, la pandemia, los nuevos alineamientos geopolíticos) han venido a recordarnos que las diferencias ideológicas y las desigualdades sociales no han desaparecido, y que nuestra forma de vida sigue sustentándose en la depredación de recursos. En definitiva, que la historia no es necesariamente un movimiento lineal de progreso, sino una concatenación de fenómenos cíclicos potencialmente regresivos que solo pueden superarse con una visión colectiva y un firme compromiso personal de cada uno de nosotros por defender los espacios de libertad conquistados.
Omnipresencia digital
Todo ello ha ocurrido en medio de una revolución digital que ha transformado radicalmente nuestras vidas. En el año 2000, Internet era una joven promesa –hacía apenas cinco años que Microsoft había lanzado su primer sistema operativo con navegador web integrado, Windows 95–; pero con la fibra óptica todavía en sus albores, y atados a la modesta capacidad de la tecnología basada en el par de cobre del teléfono fijo de toda la vida, apenas podíamos vislumbrar todo lo que iba a suponer en los siguientes años. La introducción de redes con una mayor capacidad de transmisión de datos tanto para las conexiones domésticas como para la telefonía móvil lo cambió todo.
Y entonces apareció el verdadero tótem tecnológico de nuestro tiempo, el smartphone. El lanzamiento del primer iPhone en 2007, con su pantalla táctil que facilitaba un manejo cómodo e intuitivo, señala el punto de inflexión a partir del cual todos empezamos a conectarnos a Internet desde un pequeño dispositivo que cabía en nuestro bolsillo. Con la llegada del smartphone y las app –programas diseñados para ejecutar funciones específicas, con una interfaz más sencilla que una página web–, el uso del teléfono como una mera herramienta para hacer llamadas se convirtió en algo del siglo pasado para transformarse en una ventana permanentemente abierta para acceder a cualquier información del mundo.
Debido a la omnipresencia de los dispositivos electrónicos personales, nuestra forma de relacionarnos –entre las personas y con las instituciones–, comprar productos y entretenernos no tiene nada que ver con la de hace apenas veinte años. Desde entonces, las redes sociales se han convertido en el principal canal de comunicación digital de nuestros días, la gran ágora en el que personas, empresas y organizaciones interactúan.
También han sido una poderosa herramienta de movilización social y política, como lo demuestra la primavera árabe de 2010 y el 15M en España en 2011. Pero este es un fenómeno con su reverso oscuro: cuando creíamos que la circulación libre y desjerarquizada de la información era un factor de progreso y democratización, al conectar a la gente sin intermediarios, el auge de las fake news, que encuentran un eco masivo y acrítico en las redes sociales, nos recuerda la importancia del papel mediador de expertos que sepan mirar el mundo e interpretarlo desde el conocimiento y la reflexión, más allá de youtubers e influencers.
La aceleración de la digitalización ha abierto la puerta a nuevas innovaciones, entre las que el metaverso despunta como una tendencia emergente. Aunando cuatro avances tecnológicos claves como la realidad aumentada y virtual (VR/ AR), el blockchain, el 5G y la Inteligencia Artificial, el metaverso supone una evolución hacia un nuevo Internet no basado tanto en la información como en la experiencia. En una fase incipiente, todavía está por ver si realmente será un nuevo fenómeno disruptivo en nuestras vidas o languidecerá como el anterior intento de crear un mundo virtual, Second Life.
Razones para la esperanza
En medio de las sombras de las nuevas incertidumbres y los efectos de nuestra inmersión digital asoman síntomas de optimismo. Los persistentes conflictos políticos en regiones sensibles del globo han hecho más patente que nunca la necesidad de liberarnos de nuestra dependencia de las energías fósiles contaminantes importadas y apostar decididamente por fuentes renovables producidas a nivel local. También han revelado la urgencia de reconducir la globalización económica en aras de una renovada soberanía productiva que, de paso, redunde en trabajos mejor remunerados en nuestro entorno.
Aunque el movimiento ecologista hunde sus raíces en la década de 1970, ha sido en los veinte primeros años de este siglo cuando el activismo ambiental ha alcanzado un reconocimiento internacional masivo gracias precisamente al papel de las redes sociales. Su mensaje ha ido permeando poco a poco en nuestras decisiones acerca del modo en que vestimos, comemos, vivimos y viajamos.
Hoy, conceptos como sostenibilidad, alimentos de proximidad, economía circular y energías alternativas no son rarezas de ambientalistas radicales, sino moneda de uso común entre empresas y consumidores. En nuestras decisiones personales está lograr que estas ideas no sean meros eslóganes, sino una fuerza de transformación para un futuro mejor.
Cómo hemos cambiado
La revolución digital y una mayor conciencia sobre la sostenibilidad y la relación entre el diseño del espacio y la salud ha producido cambios importantes en la casa en estas dos décadas. Los hogares de hoy son entornos conectados y equipados con tecnologías y materiales orientados al ahorro y el bienestar. He aquí algunos hitos:
1. El adiós definitivo a la luz incandescente y halógena y la madurez del LED como tecnología de iluminación estándar.
2. El Internet de las cosas (IoT), que permite la interconexión de toda clase de dispositivos domésticos a través de la red.
3. La incorporación de los conceptos de reciclaje y circularidad al diseño y la vida útil de los materiales y el mobiliario.
4. El auge de los tratamientos y los acabados de base natural para evitar la emisión al ambiente de sustancias nocivas.
5. La irrupción de los sistemas industrializados para construir y equipar casas de un modo preciso y sin malgastar recursos.