Angelo Mangiarotti (Milán, 1921-2012), fue uno de los faros del diseño italiano de posguerra, a la altura de sus coetáneos Vico Magistretti, Luigi Caccia Dominioni y Marco Zanuso. Pero a diferencia de estos, y quizá debido a su propio carácter discreto y a la naturaleza de su trabajo, carecía del reconocimiento público que su contribución merecía. La muestra Angelo Mangiarotti: When Structures Take Shape, que arrancó en enero en la Trienal de Milán y culminó a finales de abril con la semana del diseño de la capital lombarda, ha reparado esa pequeña injusticia y arrojado luz sobre un creador que fue capaz de superar los rígidos cánones del diseño industrial y conferir dignidad a equipamientos anónimos como instalaciones fabriles y estaciones de tren, pero también de moverse con comodidad y elegancia en la pequeña escala de los objetos cotidianos y las obras de arte.
Monumentos al trabajo
En la época de la rápida reindustralización de Italia –los años cincuenta y sesenta–, cuando el hinterland de regiones como la Lombardía y el Véneto se pobló de factorías clónicas, Mangiarotti supo dar lustre a estas construcciones teniendo en cuenta las necesidades de quienes en ellas trabajaban y respetando el paisaje que las rodeaba. Sus proyectos adquirieron las connotaciones de los templos griegos con la alternancia de imponentes columnas y frontones, como en el caso del depósito Splügen Bräu en Mestre, las fábricas SIAG en la provincia de Caserta o la planta de ELMAG en Lissone.
Angelo Mangiarotti observando el despiece de la mesa Eros (1971), de mármol italiano de Carrara, ambas piezas editadas hoy por Agapecasa
En muchos de ellos el arquitecto hizo un uso imaginativo de elementos prefabricados, un recurso que para él encerraba una gran dosis de creatividad detrás de la repetición aparentemente monótona de estructuras. Eso lo llevó incluso a patentar sistemas de anclaje como tornillos y pernos. En las infinitas posibilidades de ensamblar estos elementos, Mangiarotti encontró un modo de liberar la arquitectura de sus excesos formales, creando casi el ideal del arquitecto anónimo, un ejemplo del contenido pragmatismo milanés que él mismo encarnaba.
El don de la versatilidad
Pero lejos de encasillarse en la rigurosidad geométrica de los sistemas industrializados, el autor cultivó también un enfoque orgánico que aplicó en otros proyectos arquitectónicos –el complejo residencial de Via Gavirate en San Siro es un buen ejemplo– y en su faceta menos conocida de escultor y diseñador a pequeña escala. En muchos de sus muebles –la mayoría todavía editados por Agapecasa– y otros objetos como relojes de sobremesa, lámparas y cuberterías, Mangiarotti aplicó su querencia por las formas fluidas y curvas que fueron parte integrante de su visión del espacio, revelando a un creador extremadamente versátil.
Es hora, pues, de reivindicar a un personaje que, a pesar de su grandeza y contribución, practicó la humildad con afirmaciones como "no es el pensamiento el que usa la materia para expresarse, sino la materia la que se expresa a través del pensamiento".