En 1991, el tipo de familia más común en España era el de una pareja con dos hijos, de acuerdo con el último Censo de Población y Vivienda de 2011 elaborado por el Instituto Nacional de Estadística (INE). Veinte años después, el grupo más numeroso era el de las parejas sin hijos, seguido de parejas con un solo hijo y los singles.
La estructura familiar en España ha experimentado una profunda transformación en las dos primeras décadas del siglo XXI, y eso se ha reflejado en la vivienda. No solo en su tamaño, con una reducción paulatina de la superficie media debido al menor número de personas por hogar; también en su diseño interior.
Las viviendas han dejado de estandarizarse y se presentan en varios formatos para adaptarse a los distintos tipos de familias que pueden vivir en ella. La planta flexible, la fluidez espacial y la versatilidad funcional son ahora moneda de curso legal para arquitectos, interioristas y usuarios que buscan espacios en sintonía con necesidades cotidianas y realidades vitales diversas y cambiantes.
El acceso a la vivienda ya no es "binario" –comprar o alquilar–, sino que incorpora modalidades alternativas como el cohousing y el coliving. En su interior, la cocina abierta al salón refleja su transformación de espacio operativo a corazón social, y el baño deviene un lugar terapéutico para disfrutar de un nuevo enfoque del bienestar basado en un uso más inteligente y lúdico del agua y el auge de la cosmética natural. La pandemia ha venido a reforzar la versatilidad de nuestras casas añadiéndole nuevas funciones –oficina para teletrabajar, gimnasio para la actividad física–, a la vez que ha acentuado su carácter de refugio protector contra amenazas exteriores, poniendo el énfasis en materiales atóxicos y tecnologías que crean un ambiente interior saludable.
Un lujo más accesible y cercano
No podríamos hacer un repaso a cómo ha cambiado nuestra casa en estas décadas sin hacer referencia al "efecto IKEA". La influencia de su filosofía de diseño democrático empezó a hacerse evidente con el cambio de siglo, poco después de que desembarcara en la península ibérica. Gracias al gigante sueco, generaciones de españoles –baby boomers, generación X y millennials– hemos crecido y nos hemos educado en la idea de que el buen diseño puede ser accesible a todo el mundo; eso sí, al precio de desarrollar nuestras habilidades manuales. También hemos aprendido a familiarizarnos con el diseño nórdico y su defensa de la funcionalidad, el uso de materiales naturales y la pericia en su trabajo.
Ha sido precisamente a través de la reivindicación de lo hecho a mano por expertos que dan vida a objetos bellos y útiles como en los últimos años hemos redescubierto en nuestras casas el valor de la artesanía como un ingrediente que no se contrapone a la modernidad, sino que la enriquece con una visión más cálida y personal. Si uno repasa la trayectoria de Arquitectura y Diseño todos estos años podrá comprobar cómo las páginas de nuestra revista han sido testigo –y adalid– de esa evolución de un espacio minimalista a un confort más cercano.
Hoy, el lujo hogareño no se entiende sin la eficiencia energética ni la conectividad digital, pero tampoco sin la presencia cómplice de objetos artesanales que no generan un consumo banal porque crean un vínculo emocional con las personas que les une por mucho tiempo.
Ecología: Vanguardia sostenible
En estos pocos más de veinte años, el sector de la construcción y la decoración ha realizado grandes progresos para reducir su huella ambiental y avanzar hacia el objetivo europeo de crear edificios de consumo casi nulo (nZEB). Las casas de hoy disponen de un formidable arsenal para conseguirlo: desde el aprovechamiento de fuentes renovables para alcanzar la autosuficiencia energética hasta materiales pensados para la economía circular, pasando por estrategias de construcción pasiva y bioclimática y, por supuesto, la arquitectura prefabricada, llamada a ser el gran referente en eficiencia y ahorro.