El artista iraní Salman Khoshrro ha elegido, como respuesta terapéutica a la pandemia, la lana como material expresivo. Nacido en Teherán y criado en Nueva York, estudió Artes Digitales en Australia y, de regreso a su ciudad natral, emprendió el proyecto de fotografiar sus calles y a sus gentes. Luego, a causa de la represión gubernamental, el obligado encierro en su estudio le permitió experimentar con otro medio artístico: la pintura. Retratos anónimos, con directos y diestros trazos de espátula en apariencia caóticos pero donde, al borde de la representación, reconocemos aún rostros en las vibraciones del color y la firmeza del volumen. Obligado otra vez por otra clase de encierro (la pandemia), se dedicó –a modo de consuelo- a formar caras con fibras de lana. "Son retratos delicados y vulnerables, como la propia situación precaria que vivía", dice. Con lana (un material convencionalmente femenino) ha reproducido el movimiento de barrido de las pinceladas, con las sombras enroscadas en pliegues y nudos. "Descubrí que la lana es un material que fluye maravillosamente". El artista iraní trabaja la expresividad de las caras a la vez muy cerca y muy lejos del excéntrico pintor italiano Arcimboldo y sus "cabezas compuestas": retratos de emperadores y obispos representados con un amontonamiento de hortalizas o frutas o fauna marina. Pero las caras se desdibujan, pero con otra intención. El pintor italiano del siglo XV Arcimboldo se reía de los retratados o de su propia ocurrencia; en todo caso, el efecto logrado pertenece a la esfera de lo grotesco. Para Salman Khoshroo, la pintura aplicada vigorosamente con espátula y la lana tejida delicadamente está más cerca de un registro abstracto, ecuánime respecto de qué hace cada uno con el trozo de tiempo de su vida: "Mi mente juega con las expectativas y percepciones de la mente humana".