A las familias ricas de Italia hay muchísimo que agradecerles, especialmente las ambiciones y fanfarronerías a las que siempre han acostumbrado a nivel arquitectónico. Sin ellas hoy no sería posible disfrutar de la Villa Necchi Campiglio al este de Milán, como tampoco existiría un palacete del siglo XVIII asentado sobre el pueblecito de Moltrasio junto al lago de Como, que durante los últimos tres años ha estado restaurándose de arriba abajo, sorpresa, por otra de esas estirpes adineradas del país vecino con gran interés por el patrimonio cultural. Y con buen ojo también para las joyas, porque esta villa –inaugurada a principios de junio– se la encargó un conde al que por entonces era el arquitecto jefe del Duomo de Milán, el neoclásico Carlo Felice Soave, y en sus interiores llegaron a dormir Winston Churchill y Napoleón Bonaparte.
Todo lo que cautivó a los famosos de antaño sigue intacto ahora en el hotel Passalacqua, gracias a que nada de lo que figura adentro resulta una interpretación errónea de lo de antes: sus propietarios han colaborado con pequeñas fábricas y talleres de la zona que muchas ya existían en el XVIII. El mármol que recubre los salones de la villa, el que adopta el estilo original del terrazo veneciano, está datado de 1787. En el siglo XVII empezaron los artesanos de Barovier & Toso, quienes firman la lámpara de cinco metros de altura en cristal de Murano que preside la sala de la música en la que solía tocar el piano Vincenzo Bellini. Y aunque Mariano Fortuny nació en el XIX, igual que la casa Rubelli, las míticas pantallas de seda del español y los textiles de la editora veneciana no podían faltar en el hotel. A fin de cuentas, ambos contribuyeron a engrandecer la herencia en diseño por la que se conoce el norte de Italia.
Sobre las características del Passalacqua, 27 dormitorios contempla en total repartidos entre el edificio principal, la casa del lago y los antiguos establos. No hay ni una sola habitación estándar. Todas son suites, sus suelos incorporan las baldosas de Cotto Lombardo, cortinas de tafetán de seda hechas en el pueblo de Como y por lo que respecta a sus baños, en su interior se han empleado hasta 20 tipologías de mármol italiano, no solo de las canteras de Carrara y Verona. Quien duerma aquí podrá ducharse rodeado además del mismo mármol siciliano Breccia Pontificia que reviste ciertas zonas del Vaticano, o llevarse a escondidas en la maleta los amenities que huelen al perfume exclusivo de este hotel, el Aqua Como 1787.
En la reforma tampoco se han dejado de lado los jardines. El de las magnolias permite practicar yoga aprovechando la sombra de sus árboles centenarios, mientras que el antiguo jardín de invierno es el que alberga la piscina repleta de sombrillas y tumbonas con textiles a cargo de la diseñadora JJ Martin. Y por si alguien se aburre, que aunque parezca difícil puede pasar, en el embarcadero privado del Passalacqua hay dos barcos de época –revestidos de madera y con tapizados de la marca Loro Piana- para dar una vuelta por el lago de Como. Claramente ya se puede intuir que la experiencia no está al alcance de todos los bolsillos, la tarifa por pasar una noche aquí empieza a partir de los 1.000 euros. Eso sí, con desayuno a la carta incluido.