Como a muchas otras personas, a Clara Masiá (Barcelona, 1994) la pandemia le ha cambiado la vida. Para esta creadora formada en la escuela Massana de la capital catalana, la ilustración siempre ha sido una vía de expresión desde que de pequeña observaba y dibujaba todo lo que le llamaba la atención. En la universidad comenzó a experimentar con la cerámica, aunque la cosa se quedó en un mero descubrimiento. Pero llegó 2020 y el confinamiento. Fue entonces cuando Clara quiso encauzar su trabajo por nuevos derroteros y redescubrió el contacto con la arcilla, comenzando a realizar jarrones en miniatura.
"Cuando la vida se normalizó, me apunté a un curso de cerámica, donde perfeccioné mis habilidades en el torno y el modelado. Sin darme cuenta, esta disciplina ya formaba parte de mi trabajo y proceso creativo, con una relación muy próxima a mis pinturas", nos cuenta.
De izquierda a derecha, jarrones Tom –en versiones negro y terracota–, vasija Ket blanca y jarrón Ipe terracota.
GUIADA POR EL INSTINTO
En su obra como ceramista destaca la buscada imperfección e irregularidad de sus piezas, de formas elementales y textura rugosa. "Están hechas con barro gres. Este contiene arena refractaria y ladrillos reciclados que me permiten obtener un acabado imperfecto y conseguir esos colores tierra tan naturales que siempre busco. Normalmente trabajo por instinto y cuando encuentro el tono enseguida percibo una emoción".
En cierto modo, su producción representa una continuidad de su curiosidad infantil, espoleada por el contacto con la naturaleza, cuando recogía flores, piedras, hojas... Una avidez coleccionista que ha sido siempre su fuente de inspiración. "Para mí la arcilla tiene su propia expresión; es mi forma de contar historias y dejarse llevar por las cosas naturales de nuestro bello entorno".