Hay hoteles adonde solo vamos a dormir, y a la calle. No es lo que ocurre cuando cruzamos el umbral de Casa Fortunato, aunque la ciudad que nos rodea sea la dulce Lisboa. Es un lugar, como dicen su directora, Filipa Fortunato, y su marido, António Costa Lopes –arquitecto autor del proyecto renovador–, "para sentirse como en casa".
No en balde la pareja y sus cuatro hijos comparten espacios comunes con los huéspedes y hacen vida familiar en el mismo edificio, en una vivienda discretamente situada en la segunda planta. Allí se ubican también las nueve habitaciones del establecimiento, a las que se accede a través de una escalera volada en espiral que arranca del luminoso vestíbulo con suelo de mármol.
La singularidad de las habitaciones, con sus techos altos, sus chimeneas francesas y sus piezas de mobiliario de las mejores marcas y creadores, no eclipsa el atractivo de la planta baja, sobre todo el comedor-cocina, donde Filipa –flanqueada a menudo por António y los chicos– disfruta de un espacio que se corresponde, dice, con su modo de entender y de elaborar la comida: "Soy diabética, y gracias a la filosofía macrobiótica aprendí a cocinar y a disfrutar de un placer que no conocía".
Suelos de baldosas hidráulicas ocres y amplios ventanales comparten el área de comedor y el diseño impoluto de la cocina bulthaup, equipada con los módulos b Solitaire, los bancos de trabajo b2 y el frente funcional b3. A Filipa le encanta "sentir la textura de los materiales, el orden organizativo, los detalles de cada pieza, la suavidad con que se abren y cierran puertas y cajones, los utensilios ergonómicos". Un modo de subrayar la importancia del equilibro, tanto en el diseño como en el modo en que vivimos.
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