La obra de Javier Riera es de esas que siempre impacta, para bien. El artista asturiano iba para pintor, pero en 2008 el Museo Reina Sofía de Madrid le hizo cambiar de planes. Ahí fue la vez primera en la que expuso sus fotografías de paisajes intervenidos.
Su trabajo se bifurca en dos direcciones. La primera de ellas se basa en proyecciones de luz de forma geométrica realizadas directamente sobre la vegetación y el paisaje. A primera vista parece que las manipula con el ordenador, pero en realidad emplea la fotografía como medio de registro. Dicha relación entre geometría y naturaleza provoca que quien observa su obra se encuentre con un paisaje modificado, una dimensión desconocida igual de bella que contemplativa.
La segunda vertiente de su obra se centra en intervenciones puntuales para Photoespaña, el MUSAC o el CAB de Burgos en espacios públicos. Entre ellas destacan intervenciones como Alameda Llum (2012) en la que once de sus instalaciones permanecieron durante dos meses en los Jardines del Turia o Gráficos Paramétricos (2017) en el Jardín Botánico de Madrid, como parte de Luna de Octubre, que fue vista por más de 6.000 visitantes. En estos meses de verano quienes visiten la francesa Annecy, asimismo, se encontrarán con una de sus fabulosas intervenciones. Él mismo nos cuenta su metedología de trabajo en esta entrevista y, además, os dejamos con un vídeo de la reciente intervención que llevó a cabo el pasado 23 de junio en la Fundación Juan March de Madrid coincidiendo con el solsticio de verano.
Para alguien que no conoce tu obra, ¿cómo presentaría Javier Riera su propio trabajo?
Mi trabajo busca ampliar la percepción y generar una experiencia de intimidad con la naturaleza. Me interesa la superposición de dos lenguajes visuales aparentemente opuestos como son la irregularidad del paisaje y la precisión de la geometría. De esa relación se desprende un tipo de armonía que resulta reveladora de aspectos sutiles de la naturaleza y también de nuestro interior. Cuando doy con la geometría adecuada para un lugar siento que es como la llave que abre una experiencia de visibilidad nueva, algo que llamo resonancia.
¿Qué te hizo aparcar tu carrera de pintor en 2008 para apostar por la fotografía y las proyecciones de luz geométricas?
Creo que fue un paso muy natural, dado que mi pintura siempre tuvo a la naturaleza y el paisaje como referencia de fondo. El cambio surgió a partir de una propuesta del Reina Sofía de hacer un proyecto nuevo y específico para una exposición; en aquel momento necesitaba salir del estudio y ampliar mi territorio de trabajo. De algún modo lo que hago es algo similar a pintar con la luz, pero a diferencia de un lienzo la naturaleza está viva y se despliega en el espacio, y ambos aspectos lo cambian todo. La pintura tiene un componente emocional y de expresión psicológica casi inevitable desde el momento en que la mano traza algo sobre un lienzo. En ese sentido creo que el paso a lo fotográfico fue también la supresión de ese intermediario emocional para acceder a unas dinámicas creativas más contenidas y objetivas, acordes con mis intereses actuales.
Más allá de los numerosos encargos que recibes, ¿primero escoges el espacio o la figura geométrica que quieres resaltar? ¿Qué nace primero?
Lo primero es el espacio, el paisaje y su energía, la armonía o la disonancia entre los elementos que lo conforman moviliza mis inquietudes. Estoy embarcado en una producción constante de dibujos geométricos que tienen su propia entidad, porque la geometría parece tener algo así como una inteligencia propia. En mi trabajo estos dibujos esperan encontrar el espacio en el que activarse y a veces pasan años antes de que los utilice en una intervención sobre el paisaje. En cualquier caso, el espacio, el lugar, es lo primero. A diferencia del paisaje, en el que la luz del día y el paso de las estaciones hacen visible el paso del tiempo, la geometría tiene algo intemporal, parece suceder en otro plano. Quizá por ello el paisaje es primero, porque el transcurso temporal está presente en él desde siempre.
¿Qué requisitos debe tener dicho espacio-paisaje para que te fascine?
Hay una parte visual en relación con la armonía de los elementos del paisaje y otra que no lo es. No es difícil sentir en alguna medida la energía de un lugar y mi trabajo depende en buena parte de ello porque elijo los lugares de un modo muy intuitivo. La presencia de agua o de pájaros u otros animales me influye, pero evito perturbarlos con mi trabajo, también las proporciones entre lejanía y elementos cercanos como árboles o rocas. Me interesa un paisaje limpio, pero puedo trabajar también en un lugar deteriorado por la acción humana donde a veces la geometría puede activar cosas interesantes. A menudo he llegado a un lugar donde no he estado antes y he sentido que en él hay algo que toca mi interior, una especie de reconocimiento. Creo que este tipo de sensibilidad es común a muchas personas; no concibo al ser humano sin una relación equilibrada con la naturaleza. Por ese motivo creo que ha llegado el momento de salir de la pasividad generalizada ante el deterioro del medioambiente. Pertenezco a una generación que contempla la extinción masiva y el calentamiento global como un daño inevitable y se puede hacer mucho si hay voluntad, aunque hay que empezar ahora.