Grandes firmas de la moda han saltado a la industria del mobiliario. En su caso, ¿qué ha aprendido de trabajar con Fendi?
Resulta muy interesante este fenómeno. La moda trabaja de forma muy rápida, es efímera y presenta muchas colecciones al año. Además, es muy sensible a los materiales y a los acabados, entre otros aspectos, y ahí hay mucho que aprender.
¿Y por qué una firma como Fendi se mete en el negocio del mueble?
En Fendi se entiende el mobiliario como la extensión natural de la moda, que le sirve para expresar mejor el estilo de vida que representa. Por eso también abre hoteles como otras firmas de su órbita. Se trabaja mucho en la imagen de la marca, en el empaquetado de su identidad.
Lo cierto es que la industria del mobiliario se abre cada vez más a nuevos actores.
Hay una cierta contaminación por exceso, sin duda. Cuando voy a diseñar un sofá u otra pieza de mobiliario lo primero que me pregunto es si es necesario hacerla y Fendi Casa tiene el acierto de ofrecerme siempre un motivo.
¿Cómo es posible distinguir la calidad hoy cuando la oferta es tan ingente en ferias como el Salón del Mueble de Milán?
Descubres demasiadas cosas interesantes y no puedes procesarlo todo a la vez. Es un problema. Ocurre con Spotify. Te crea la ilusión de que tienes capacidad de elección porque te permite saltar de una canción a otra al instante, pero la oferta es superior a lo que puedes manejar. Yo soy de la vieja escuela y escucho un álbum desde el principio hasta el final antes de pasar a otro. En Fendi Casa tengo la suerte de que puedo hacer las cosas sin grandes complicaciones tecnológicas, siguiendo los procesos naturales de fabricación y cuidando al máximo la calidad de los materiales. Estamos en un ritmo completamente alejado de la producción en masa.
En su carrera lo ha tocado casi todo, desde mobiliario de lujo hasta piezas exteriores y sanitarios. ¿Dónde encuentra sus principales retos?
Una vez que te has hecho la pregunta de si tal pieza tiene sentido, hay que responderla. Ese es el principal [ríe]. Otra dificultad es limpiar la mente para empezar de cero. Hoy nos toca digerir tanta información que es difícil liberarte para crear. Desde el punto de vista técnico, lo fundamental es la investigación y el know-how; saber para quien trabajas, cómo se hace lo que te piden, etc. Lo que me gusta es trabajar con empresas que tienen claro lo que quieren.
Una dificultad para crear es limpiar la mente para empezar de cero
Su padre es vietnamita y nació en París. ¿Influye a la hora de diseñar esta mezcla cultural?
Te abre la mente. Crecí de pequeño en París pero siempre me sentí un ciudadano del mundo y nunca me desentendí de mis raíces vietnamitas: aunque no hablo el idioma, mi cultura gastronómica es vietnamita y practico artes marciales tal como me inculcó mi padre, lo mismo que estoy haciendo yo con mi hijo. De Vietnam también aprecio la seriedad trabajando de su gente. Cuando encaro un encargo cojo un poco de cada sitio, porque no hay un lugar perfecto. Si lo hubiera, sería una mezcla de muchas cosas de España, Francia, Suiza, América, el sudeste asiático… En Italia, por ejemplo, falta el orgullo por lo propio de otros países, lo que les lleva a comprar coches alemanes. Pero tienen una grandísima flexibilidad, lo que les convierte en números uno en diseño.
¿Cuándo se dio cuenta de que quería ser diseñador?
De pequeño dibujaba mucho, todo el tiempo, y ya con cuatro años decía que quería ser dibujante, pero mal: empleaba la palabra dessineur en vez dessinateur, la correcta. Y parece una señal porque al final me convertí en lo primero. Tuve además la suerte de heredar no solo esa diversidad cultural de mis padres sino también sus diferentes caracteres. Eran muy distintos: mi padre, ingeniero, muy cabeza cuadrada, y mi madre, francesa, lo opuesto. Yo soy una síntesis y el diseño es precisamente una mezcla de creatividad, técnica y sentido de la organización. Colaborar con la industria resulta muy importante y, al mismo tiempo, es necesario ofrecer una mirada alejada del propio proceso de producción.
¿Qué aprendió junto a Antonio Citterio?
A ser un profesional, a dar un enfoque técnico también al diseño de mobiliario y ser capaz de controlar todo el proceso de producción para poder estar al tanto de todos los detalles del diseño de una pieza. También me permitió trabajar en muchos productos con clientes muy distintos: Vitra, Flos, Kartell…
Ha trabajado en casi todos los campos del diseño. ¿Tiene algún límite?
Claro. En algunos hacen falta conocimientos muy especializados. Nunca haría un coche, aunque he diseñado un concept car. Al final mi trabajo consiste en hablar lenguajes muy distintos –técnicos, comerciales y creativos– para establecer los puntos de conexión entre ellos. Ver, tocar y sentir también forma parte de lo que hago. Todo tiene impacto en mi trabajo. Lo que mayor influencia tiene en mí es ver a la gente vivir su vida, cómo reaccionan frente a los objetos cotidianos. No soy un gran teórico ni me van los Excel. Cuando llego a un ciudad lo que me gusta es pasearla; evito que me lleven en coche de un sitio para otro.