La India es el viaje iniciático por excelencia. ¿Qué le llevó hasta ahí en 1993?
Yo llegué ya mayor, siendo madre de una hija. Me fui para allá a conocer un taller, sin saber inglés. Tenía un encargo para unos apartamentos de lujo y se me estaba complicando porque exigía hacer muchas cosas que mecánicamente no se podían resolver. Necesitábamos innovar, un verbo que por aquella época no estaba en el vocabulario. Era también una época de crisis para mi empresa y era general también en toda España después de los Juegos Olímpicos. Estaba ahogada y necesitaba encontrar soluciones de diseño y empresariales. Yo era diseñadora, no una mujer de negocios.
¿Se reencontró a sí misma, como los hippies?
Muchas veces las cosas las haces sin saber por qué, pero siempre hay un sentido detrás, que quizá lo descubras luego. A mí este viaje me sirvió de mucho. Me conectó con el origen. Entendí por qué se usaban distintos grosores de lana, las diferentes técnicas de tejido. Empezamos a chupar de la tradición como herramienta de transformación. La artesanía me llevó a descubrir que no tenía limitaciones para innovar en mi campo, que es el de la alfombra de diseño. Hasta ese momento nos limitábamos a adaptar un diseño gráfico sobre la superficie de la alfombra.
¿Cómo fue aquel primer encuentro con el país?
No entendía nada. Llegamos a un pueblo que había leído que era famoso por las moscas, y la primera imagen que me encuentro es la del dueño del hotel al que nos llevaron barriendo un montón de moscas. Era un pueblo industrial muy grande, casi como una ciudad. Me recordaba a Terrassa y Sabadell, pero en indio. Cuando entré en el taller y vi que todo se hacía a mano, me dejó muy impresionada. No tenían ninguna máquina para poder contratar a más gente, me dijeron. Pero en realidad era porque no las sabían hacer funcionar y había unos problemas enormes con el tendido eléctrico. Era artesanía pura y dura.
¿Qué provocó que empezara a trabajar con ellos?
Pedía cualquier cosa y era automático. Si quería probar a usar hilo de algodón en vez de uno de lana, en dos horas tenía un montón de muestras para investigar. Los occidentales nos hemos complicado mucho la vida. Todo necesita un tiempo. Esa facilidad y predisposición fue clave para que comenzara a colaborar con ellos.
Ahora es imposible ir a Pakistán; antes era arriesgado, hoy resulta peligroso
También se ha aventurado a conocer Pakistán, un país muy peligroso hoy para una occidental.
Antes de los atentados del 11S viajamos a Peshawar, la ciudad donde se formaron los talibanes. Allí descubrí la verdadera técnica de los kilims que estamos utilizando en nuestros diseños más recientes. Ahora es imposible ir; antes era arriesgado, hoy resulta peligroso. Yo iba de noche por sus calles sin luz y no tenía miedo. La gente se acercaba para hablar y preguntarte cosas, ahora la mirada es de suspicacia. La última vez que visité Pakistán fue hace tres años y todo era distinto.
¿Se siente pionera en poner artesanía y diseño juntos, una tendencia tan en boga hoy día?
Un poco sí. Le di el valor al origen, a lo auténtico, al conectar con la tradición y con las personas que lo hacen, que no las dejé al margen. Sin embargo, no se entendió muy bien cuando empecé. Algunos pensaban que era pura explotación y yo lo veía como una aportación al diseño y a la innovación. Era también la única manera de que mi empresa tuviera continuidad. Si hubiera mantenido una línea industrial seguro que nos hubiéramos ido a pique. Así conseguí dar un mejor producto con más margen, más calidad y más diseño. Costaba lo mismo una alfombra hecha a mano en la India y traída en avión individualmente que otra producida en serie y de forma mecánica en España.
¿Qué papel juega hoy la alfombra en el diseño doméstico? ¿Ha echado ya a volar?
Siempre ha tenido un valor, pero creo que ahora lo tiene más porque entendemos que lo que nos hace sentir bien es el confort y la alfombra tiene mucho que ofrecer en este sentido. A diferencia de otros objetos, una alfombra pide ser acariciada. Su carga estética también es muy potente: puede por sí sola transformar un espacio. Además, conecta con nuestros orígenes, a cuando vivíamos en el suelo y nos vuelve un poco niños; a los que nada les puede gustar más que tirarse en una alfombra. Lo que me gustaría es que detrás de cada una hubiera un viaje, una visita al artesano que la hizo. Nos estamos intentando acercar al máximo a esa tendencia de transmitir sensaciones.
¿Cuál es el futuro de la artesanía en este país si salen tan caros los productos hechos aquí a mano?
La fórmula pasa por emplear las nuevas tecnologías y saltarse al distribuidor para comercializar la pieza por cuenta propia. Estas ferias urbanas o markets ahora tan populares también son un camino porque apuntan a lo mismo. No puedes esperar grandes ventas pero no hay otra solución. Dedicarse solo producir ya no es viable. Están cambiando los modelos de negocios.
¿Es inevitable trabajar hoy con un diseñador de relumbre para que se hable de una marca?
Un poco sí. Aunque nosotros, que el año que viene cumplimos 30 años, comenzamos a trabajar con otros desde el principio. El motivo era hacer cosas más variadas y ricas. Yo también diseñaba, en un 80 por ciento. Pero me empezaron a llamar muchos diseñadores para colaborar y ese porcentaje cambió, y se mantiene porque es una empresa muy pequeña, muy personalizada en mí, y hay que dejar atado el relevo generacional. El año que viene cumplo 64 años y me sucede mi hija, economista de formación y quien colabora conmigo en la gestión de la empresa desde hace años.
¿Y hasta que punto es importante estar asociado a sus nombres?
Estamos encantados de colaborar con diseñadores de renombre como los Boroullec, pero eso no lo es todo. Fui de las primeras en trabajar con Mariscal y las primeras alfombras se vendieron muy bien. Muchos me decían que era por el prestigio del diseñador, y yo que no. Al cabo de un tiempo añadimos otro diseño de Mariscal y no se vendió ninguna. Con lo cual no es cierto que el nombre venda. Puede servir para vender la marca, eso sí. Cada vez nos parecemos más al mundo de la moda. Pero no queda más remedio que atender al mercado: no tiene sentido hacer faldas anchas cuando se llevan estrechas. En todo el proceso, el consumidor siempre tiene la razón. No obstante, siempre habrá dos tipos de público, el que pide novedades y el que es feliz con la alfombra de la abuela.
¿Cómo es la experiencia de trabajar con las estrellas del diseño?
De los Bollourec lo que más me ha gustado es su exigencia, que hace que el producto tenga mucho valor, pero como editora llegar a ese punto es difícil. Al igual que Ron Arad o Doshi Levian, quieren trabajar con gente que valore el diseño por encima de todo. Por eso lo han hecho con nosotros y no con otras marcas con las que seguro que hubieran vendido más alfombras. También porque nos adaptamos a lo que sea.
Al frente ahora del FAD, la asociación para el fomento de las artes y el diseño, ¿cuáles son sus principales líneas de actuación como presidenta?
Nuestro objetivo desde la junta es que funcione de manera más eficaz, que tenga métodos más profesionalizados. El talento existe y nosotros tenemos que ir captándolo de allá donde surja. Este año en el FAD fest se hace una actividad enfocada a un tema de actualidad que nos preocupa a todos, como es la sostenibilidad alimentaria. Queremos reivindicar que el diseño tiene la capacidad de imaginar y pensar sobre nuestros hábitos de consumo.