Están llamados a convertirse en los próximos referentes de la arquitectura española. Gente joven, pero con un lenguaje que ya apunta maneras. Si aún no has oído hablar de ellos, sigue leyendo.
Podemos mostrar y analizar de mil maneras cómo vivimos hoy, pero probablemente sea más interesante indagar cómo viviremos, o cómo nos gustaría vivir, mañana. Y para ello, nada mejor que seguir la pista a la nueva hornada de arquitectos españoles, los que imaginarán los espacios que habitaremos y en los que trabajaremos en las próximas décadas. Miembros de una generación que ha perdido el miedo al salto entre fronteras, sus obras se esparcen por todo el mundo, y a pesar de su juventud ya han recabado premios importantes. Quién sabe si de ellos surgirá dentro de algún tiempo otro Premio Pritzker.
El caso es que, en 2006, los arquitectos Jonathan Arnabat, Jordi Ayala-Bril, Igor Urdampilleta y Aitor Fuentes fundaron en Barcelona Arquitectura-G, un estudio que extiende su actividad también a la docencia y la investigación con el proyecto Escritos-G, así como a la edición de mobiliario con Indoors. En sus estanterías ya figuran varios galardones, entre ellos el Premio ASCER de interiorismo 2013, el Premio Mies van der Rohe al arquitecto emergente 2015, el Premio de la XIII Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo en 2016 o el Premio de la XIV Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo en 2018.
El equipo de Arquitectura-G.
La Tienda Acne Studios
El objetivo en este proyecto fue jugar con los contrastes, en concreto el diálogo entre el high y el low tech. Arquitectura-G lo define como “un equilibrio entre la rugosidad y el caos por un lado, y la delicadeza y el orden por otro”.
Es una especie de gruta, con una ventana corrida abierta a las calles de Nagoya.
En el interior de la boutique, tres delgadas divisorias de acero inoxidable y sus intersecciones organizan todo el espacio. Volviendo a los opuestos, en contraste con las superficies duras y frías, el suelo está cubierto con una moqueta de lana. Por su parte, el techo es un escenario de anarquía organizada, donde las luces de Benoit Lalloz juegan un papel importante. Un plus: las barras para colgar la ropa son imperfectas, como dibujadas a mano, humanizando el conjunto.
El techo es un “mundo salvaje” con todos los elementos técnicos a la vista.