La crisis de la vanguardia y el hartazgo del diseño abstracto no son algo nuevo para Alessandro Mendini. Él fue uno de los fundadores del grupo Memphis, un colectivo de creadores italianos que eligieron la expresión, los colores e incluso el kitsch para llegar a la gente y reivindicar la historia y el estilo.
Mendini ha apostado toda su vida por dar más importancia a la expresión que a la función. “La función clave es la relación personal que establecemos con las cosas. El uso llega luego”, asegura. Con esa convicción, no es de extrañar que lleve más de 30 años trabajando para Alessi. “Esa firma se ha metido en la mitad de las casas del mundo. La suya es una trayectoria basada en los afectos personales”.
Y ese tema es el que ha fascinado a este arquitecto desde que en los años setenta abandonara un estudio de arquitectura al uso y, durante una década, se metiera a periodista dirigiendo, sucesivamente, las revistas Casabella, Modo o Domus.
Los afectos del propio Mendini quedaron claros en 1978 cuando bautizó una inmensa butaca puntillista con el nombre de su adorado Marcel Proust. A esa poltrona se remite el despegue del diseño posmoderno, el que rebuscó en la historia para recuperar la personalidad y la expresión que la modernidad había perdido.
Desde que en 1989 se asociara a su hermano Francesco, también arquitecto y ocho años más joven que él, los Mendini están detrás de los relojes Swatch, de buena parte de los productos Alessi y también de las teselas de Bisazza. Fue para esta firma de mosaicos donde Mendini se erigió en precursor del design art, el diseño que se vende en galerías.
¿El design art se ha convertido en el negocio de la década?
Las ferias de Basilea y Miami han mezclado arte y diseño impulsando un negocio. Por eso, el diseño artístico ha dejado de ser la investigación de un diseñador para convertirse en publicidad. El precedente está en Gilbert&George, pero los diseñadores de hoy no buscan crear sino negociar. Yo prefiero hacer para aprender. Para investigar.
¿Experimentar es fundamental?
Siempre he dicho que no sé cocinar, pero sé mezclar buenas materias primas. Sé distinguir los ingredientes. El agua y el pan son básicos. Eso no puede olvidarlo ninguna moda.
¿Sus trabajos son pura mezcla?
Arquitectura, diseño, pintura… Mi estrategia es lograr una imagen general a partir de muchas cosas pequeñas. La humanidad es así. Si las personas son interesantes la humanidad es interesante. El puntillismo demuestra el valor de la fragilidad. Eso me interesa porque lo que busco es comunicar ideas.
¿A partir de fragmentos puede construirse algo nuevo?
Para hacer algo se necesitan muchas manos. Yo dibujo y tengo ideas. Pero es mi hermano Francesco quien sigue muchos proyectos. Como persona sé hacer poco. Por eso utilizo objetos para comunicarme, y mis objetos se convierten en personajes buenos o malos. Eso genera emoción y evasión, y eso da tranquilidad porque el mundo es muy violento. Soy pesimista, pero creo que mi obligación es transmitir optimismo.
¿Las casas deben también llevar a la evasión?
Las casas de las personas no son nunca las casas en las que las personas viven. Son las casas donde vivieron, en las que les gustaría vivir, las que no tendrán nunca. Creo que la casa no es un espacio físico, sino mental. Por eso mi trabajo se basa en la duda, en la conciencia de no saber. Eso, claro, es un juego peligroso.
¿Su casa es refugio o lugar de evasión?
Yo soy un solitario. Necesito estar solo. Soy además tímido y trabajador. De modo que mi ideal es quedarme en casa o estar trabajando en el estudio. De ahí mi necesidad de que las casas no sean cuevas. Veo la casa como un lugar para soñar. Y los lugares para soñar no son habitaciones vacías. Pero sí son habitaciones en continua transformación.
El arquitecto asegura que lo único sencillo que ha construido son las mesas de su estudio, de madera maciza y siempre llenas de objetos y papeles. Todo en el estudio está repleto de maquetas, materiales, revistas y libros abiertos por la página en la que Mendini, su hermano Francesco o cualquiera de las quince personas que trabajan con ellos ha visto una idea.
¿Necesita Mendini rodearse de objetos para idear otros?
Establezco un diálogo con la memoria y con la psicología de las cosas. Investigo, intuitivamente, lo que me hace sentir un afecto.
¿Cuándo aprendió a buscar afectos en las cosas?
De niño. Mis tíos tenían una colección de arte contemporáneo con cuadros de De Chirico ante los que aprendí a mirar y a ver las cosas de un modo diferente.
Su hermano se hizo arquitecto siguiendo sus pasos. ¿Ha heredado la vocación alguna de sus hijas?
No exactamente, pero una es pintora.
Sus diseños son alegres, pero tienen un aire triste.
Quieren invitar al juego, pero saben que la vida va en serio.
¿Juega con sus nietos?
Yo no sé hacer juguetes. Pero mis objetos gustan a los niños. Con los niños hay que saber hablar. Aunque mis nietos... Hoy los niños tienen poco tiempo. Están perdiendo el gusto por hablar.
¿Cuándo sabe que un objeto le va a hablar a la gente?
El espacio mental es privado. Se piensa solo, pero las formas pueden a veces retratar las ideas y comunicarlas. Eso es lo que busco. Por eso convierto los objetos en personajes.
¿Sus personajes son reales o a veces los inventa? Uno, llamado Anna G, da nombre a un sacacorchos de Alessi. ¿Existió en la realidad una Anna G?
Es diseñadora y se parece al sacacorchos. Yo quise a esa mujer.
¿Qué sintió cuando la posmodernidad se dio por superada y empezó a cuestionarse su legado?
La posmodernidad me interesó no como estilo, sino como método: se vale de las piezas más que del todo. Olvidar el sentido determinista del progreso me fascina. El diseño de hoy depende demasiado de la novedad de la técnica, de los materiales o de las formas acrobáticas. La técnica como objetivo es un error. Desaparece la parte humanística de las cosas, y eso es peligroso. Lo mismo sucede en la arquitectura. Hoy se puede hacer todo, pero eso no convierte a todos los arquitectos en escultores.
¿Sigue existiendo un diseño italiano o hemos pasado a un diseño global?
El diseño hoy toca dos extremos. Parece algo global. Pero es también algo personal. Yo creo en el individuo, en el ADN. No sé hacer muchas cosas, soy italiano. Encima soy milanés. El diseño español es español; el danés, danés. Incluso el belga es belga. Se basan en cultura, tradición, materiales e industria. Por ejemplo, los teléfonos móviles solo los saben diseñar bien los coreanos. En Italia no sabemos.
¿Qué diseñan bien los italianos?
Los sofás los saben diseñar los milaneses. Solo Vico Magistretti, Mario Bellini o Patricia Urquiola –que en realidad es como si fuera de Milán– saben diseñar un buen sofá.
¿Para usted que un sofá sea cómodo no es lo más importante?
Es más importante a dónde te lleva ese sofá. Es importante en qué transforma tu casa o tu vida cotidiana.
¿Qué le pide a un objeto?
Me gusta lo que dura mucho. Lo que se queda. Aunque... quedarse mucho también da un poco de terror.