En 2019 nos dejó el gran Ingo Maurer, uno de los creadores que más brillantemente supo interpretar y dar forma a la profunda conexión emocional entre la luz y el ser humano. Él supo dominar como pocos el complejo código en el que la luz es el mensaje y la lámpara, el medio para transmitirlo. No se limitó a cumplir la función mundana de iluminar nuestro espacio, sino que también buscó provocar, divertir y contarnos historias a través de sus creaciones.
No es de extrañar que el diseño de una lámpara sea, probablemente, uno de los retos más difíciles y al mismo tiempo excitantes para cualquier autor. Domesticar algo tan intangible como la luz, hacerla útil y a la vez próxima para recrear sensaciones y atmósferas, y envolverla en un objeto tridimensional que sea bello, hace del diseño de una lámpara algo diferente y especial.
El valor de la iluminación artificial para crear ambientes acogedores, apreciar texturas o conformar nuestra percepción del espacio cobra más relevancia si la complementamos con su contraparte, la sombra. La cultura occidental ha encumbrado el exceso de luz, y eso redunda en espacios obvios, planos y carentes de interés, por no hablar del malgasto energético.
El arquitecto Claudio Silvestrin afirma que “al contrario de los que opinan ‘cuanta más luz, mejor’, yo prefiero que sea sutil, creando atmósferas más que dominando el espacio”. Para Toni Arola, reputado diseñador de lámparas para firmas como Santa & Cole, Simon, Vibia o Metalarte, los espacios en sombra forman parte intrínseca de la escenografía lumínica, y responden además de un modo más natural al ritmo circadiano del día y la noche. “Yo me adapto a la luz, me gusta que la noche parezca noche”. Reivindicar la penumbra, el misterio y la riqueza de detalles que aporta a un escenario el contraste entre la luz y la sombra, y los beneficios que proporciona a nuestro equilibrio físico y mental, es otro aspecto que figura en el debe de la iluminación de espacios.
El advenimiento del LED y los avances en el control de los diversos parámetros de la luz –sea a través de reguladores, aplicaciones para dispositivos móviles o sistemas domóticos– no solo ha contribuido a reforzar la eficiencia en el diseño de la iluminación; también ha tenido una vertiente emocional al incrementar la interacción entre hombre y luminaria.
Además, el LED ha permitido que la fuente de luz se independice de la lámpara que la encerraba en el caso de las tecnologías incandescente, fluorescente y halógena, dando lugar a una libertad absoluta en la concepción de luminarias. Para esa estrecha relación entre luz, diseño y ser humano, el futuro no puede ser más rutilante.