A raíz del episodio de confinamiento por la pandemia de COVID-19 se ha leído en muchos medios de comunicación que la arquitectura deberá hacer frente en un futuro cercano a la evidente falta de terrazas en las viviendas, especialmente de las grandes ciudades.
Afirmar que la incidencia del sol es vital para nuestros procesos biológicos no es ningún descubrimiento; la gran revelación ha sido darnos cuenta de que en nuestro país hemos asumido que basta con recibir esa aportación de radiación solar fuera de nuestras casas.
En el momento en que hemos tenido que pasar semanas enteras confinados en ellas, dependiendo de la orientación de las ventanas para recibir esos preciados minutos de sol al día, hemos llegado a la conclusión de que se ha “ninguneado” la importancia de los espacios abiertos en nuestros propios hábitats durante demasiado tiempo.
Hay que distinguir entre la radiación solar directa y la luz difusa, que parece venir de todas direcciones y no genera sombras.
Las estrategias para introducir luz natural directa o difusa en las viviendas no son complicadas: se trata de abrir huecos en fachadas o techo a determinadas orientaciones según la necesidad o el tipo de luz que se persiga. Lo que hemos de aprender los diseñadores por nuestra cuenta es a reconocer qué tipo de luz (intensidad, temperatura de color, contraste…) es la más conveniente para cada actividad desde una perspectiva del bienestar físico y emocional.
Luz reflejada
La luz natural es mucho más que la radiación directa del sol. De hecho muchas actividades se desarrollan mejor iluminadas por la luz reflejada por la atmósfera y enviada de nuevo hacia la Tierra por el sol directo.
Para crear unas condiciones de confort todo el año se recomiendo combinar cerramientos con vidrios bajo emisivos, que reducen las pérdidas de calor en invierno, con el control solar en verano.
Esta luz reflejada y que vuelve a incidir sobre las ventanas de casa es la denominada luz natural difusa: parece venir de todas direcciones, no genera sombras y, aunque es mucho menos intensa que la radiación directa, es más que suficiente para realizar tareas que requieren muy buena iluminación como la pintura o trabajos manuales. En lugares de trabajo amplios, donde se requiere una iluminación suficiente y homogénea, se colocan ventanales a norte para captar este tipo de luz.
La luz natural contribuye al buen funcionamiento de los mecanismos de nuestro organismo que regulan los estados de vigilia y descanso.
Al son de los biorritmos
En la actualidad hemos alcanzado un grado de comprensión de las propiedades de la luz y de tecnificación de las lámparas tal que nos permite diseñar espacios extraordinarios, tanto desde la perspectiva estética como de la salud.
Una iluminación saludable parte del patrón solar. En una casa conviene, en la medida de lo posible, permitir que la luz natural bañe los interiores para que nuestro organismo pueda interpretar y regular sus biorritmos de forma óptima.
Cuando sea necesario reforzar la iluminación natural con lámparas trataremos de reproducir los matices de luz exterior mediante intensidades y temperaturas de color similares a cada momento del día.