Quién les iba a decir a los habitantes de toda la vida del antiguo barrio de pescadores de Barcelona, un lugar que nació de la infamia y la derrota –su origen se remonta a comienzos del siglo XVIII, cuando los pobladores que fueron expulsados del centro de la ciudad para construir la fortaleza de la Ciudadela tras la Guerra de Sucesión fueron realojados extramuros, en unos terrenos ganados al mar– y que durante siglos fue sinónimo de insalubridad y pobreza –muchas de sus viviendas populares, conocidas como quarts de casa, no superan los 30 metros cuadrados–, que su paisaje cotidiano se acabaría convirtiendo en una de las zonas más hipsters de la Ciudad Condal.
Y es que poder vivir junto al mar, gozar de la luz y el clima benigno mediterráneos, con la arena de la playa en los pies como quien dice, no tiene precio. Por muchas estrecheces que deban soportarse. O no, si se agudiza el ingenio y se sabe aprovechar hasta el último metro útil. Que es lo que ha hecho el equipo Egue y Seta en este apartamento de 48 metros cuadrados, bautizado oportunamente como Playa Urbana, reformado para Jacques y Hannes, una pareja de extranjeros que ha querido hacer de este rincón su particular refugio de verano.
La nueva distribución de la vivienda, ha querido derribar los muros de antiguas habitaciones, cocina, baño y pasillos para conseguir tres únicas estancias segregadas pero visualmente conexas. En la primera se ha ubicado un comedor con vocación social enfrentado a dos grandes balconeras y flanqueado por un gran lineal de cocina en un lado y por el otro un acogedor salón. En el extremo opuesto a las ventanas y para acabar de dibujar el área social de la unidad, una pieza decorativa y de almacenamiento, que enmarcada en cristal con despiece de carpintería de hierro y coronada por vegetación, logra dotar de privacidad a la habitación en suite ubicada del otro lado, al tiempo que permite la ventilación y el paso de la luz natural.
En el dormitorio, la misma pieza de almacenamiento de profundidad doble se convierte en armario ropero de puertas correderas lacadas en un blanco que refleja la luz que entra por las ventanas interiores. En el centro, la cama presidida por un cabecero realizado a medida que funciona como maletero, mesa de noche y repisa decorativa. Justo al frente, la ducha comunica visualmente la habitación con el cuarto de baño, confiriéndole al conjunto mayor sensación de amplitud.
Pero no solo son las aperturas de cristal las que garantizan la fluidez de espacio: los revestimientos seleccionados son también en parte responsables de la conexión visual entre las estancias. La tematización marina de la que son objeto algunos apartamentos de playa y tantas casas de este antiguo barrio de pescadores queda aquí reducida, aunque tremendamente presente, a una tonalidad azul verdosa que tiñe paredes, remarca piezas de mobiliario decorativo y guía la mirada desde el exterior salón hasta el interior del cuarto de baño, pasando por la habitación.
De la misma manera, los pavimentos de suelo hidráulico y parquet de madera de roble parecen burlarse de la frontera entre el espacio público y privado, fluyendo libres por debajo del armario y su partición. A su vez, las piezas de mobiliario y las pequeñas cornisas ajardinadas han sido también incluidas como refuerzo de la sensación de continuidad, estando presentes en ambas estancias, manteniendo sus propiedades cromáticas y materiales a cada lado, pero modificando para cada estancia su vocación.
Los techos, desvestidos para la ocasión, muestran las antiguas vigas y la bovedilla catalana de bloque de arcilla tradicional. Bajo estos se han dispuesto las instalaciones necesarias que permiten bañar de luz las paredes de tocho visto original, descolgar lámparas decorativas que coronan la cama y el comedor respectivamente, garantizar una temperatura del aire agradable a lo largo del año en todas las áreas de la casa, y extraer los olores residuales después de un cena preparada en casa, con sobremesa, copas y amigos hechos en primera línea de mar.