No fue así como ocurrió, exactamente, pero esta vez vamos a describir esta casa como si se tratara de un relato de ficción, de una aproximación imaginaria al trabajo del arquitecto portugués Nelson Resende. Decidimos narrarlo así porque nos parece que por este camino lograremos transmitir de manera mas nítida el efecto que la obra produce. Después, una vez en su interior, la descripción se volverá más atenta a los detalles funcionales, decorativos, domésticos.
Pero al principio, nos proponemos revelar una aparición,una presencia en una calle cualquiera, una escultura que el azar de un paseo nos depara, de pronto, por sorpresa. Al subir lentamente, caminando, por una calle empedrada, nos damos cuenta de que la casualidad nos ha llevado a un lugar de una emocionante perfección, como nos sentimos a veces delante de un cuadro maravilloso o de un paisaje que determinada luz convierte por unos instantes en una imagen que no olvidaremos.
Los elementos, sin embargo, no son nada del otro mundo, por así decir. Una calle empedrada, una cerca también empedrada, una valla metálica, un volumen alargado y gris que sostiene otros, más pequeños y de forma irregular. ¿Cómo pueden esos elementos componer una imagen singular y memorable? Ante todo, hablaremos de los grises. Lo dijo un gran pintor del siglo pasado: "Los grises son infinitos, incontables, tanto en la naturaleza como en toda la historia de la pintura. El gris es el gran desafío para un artista y produce el más hondo placer en quien lo contempla".
Los grises oscuros de los adoquines colocados en diagonales en la calzada. Los grises algo más claros, dispuestos en forma semicircular o arremolinada en la acera. Los grises más mezclados en la valla que separa el terreno de la vía pública. El gris del volumen apaisado y de hormigón, que parece casi severo a esta hora temprana de la mañana. El gris más claro del volumen superior, con su vértice ahuecado y luminoso que parece invitarnos, desde allí arriba, a entrar y a romper el encanto de la pura contemplación.
El timbre suena en algún lugar del interior y la puerta se abre. El momento de ensueño no se rompe, sin embargo, al entrar por esa puerta. Simplemente se transforma; y los grises continúan, aunque ahora –vistos ya desde el jardín– se hacen más homogéneos, más determinados por la estructura del edificio: la parte volada del volumen superior define líneas acusadas de sombra sobre la superficie del inferior.
Y los ventanales de cristal, las cortinas, las barandillas, los macetones, el porche entablillado, el plano liso del césped y un terraplén cubierto de arbustos florecidos dibujan una escena más compuesta y variada, que nos acerca al edificio en su condición de vivienda familiar. E intervienen el agua azul de la piscina, los árboles que la rodean, un sillón de tejido vegetal con respaldo de aire principesco, unas toallas que se secan al sol después de una zambullida.
Por fin los ventanales se abren, las cortinas se descorren, los interiores se adueñan poco a poco de la mirada. Y como suele ocurrir en las casas diseñadas a partir de pautas contemporáneas, dentro todo cambia y a la vez, nada cambia del todo, porque las aberturas, los desniveles, los pasajes de circulación, una escalera diáfana, las puertas correderas... son algunos de los elementos que permiten una relación continua con los espacios exteriores.
Aquí abunda el blanco pero no impera, se entremezcla con la madera del suelo, con cojines de tono azafrán, con un sofá de piel castaño claro, el marco rojo de un cuadro, una butaca de color ciruela... Pero no olvidemos los grises. El tapizado del salón, las alfombras de los dormitorios, la carpintería y los muebles metálicos se ocupan, con sus texturas opacas o cromadas, de aludir, en los interiores, a la sinfonía arquitectónica de grises que cualifica las fachadas de este edificio.