Es interesante el modo en que los autores (los arquitectos Daniel Solbes Ponsoda y José Luis Durán Jolu, integrantes del estudio Eneseis) narran la historia del proyecto y cómo caracterizan la vivienda como un ente orgánico, creado como un ser vivo inserto en un espacio natural, pero propio. La parcela forma parte de un tejido de viviendas unifamiliares aisladas, cerca de un núcleo urbano, y se conecta con la vía pública a través de un paso estrecho.
Rodeada de vecinos por todos los lados menos por el noreste: allí se abre a una zona de suelo rústico arbolada y a la vista de montañas al fondo del paisaje. “La primera decisión del proyecto nace del instinto básico de protegerse, de crear nuestro entorno controlado, nuestro mundo a medida”, dice la memoria de Eneseis. Por ello se modificó la topografía, excavando en la tierra una especie de trinchera: “Así nos protegemos de la mirada ajena y dirigimos la nuestra a las vistas. Nuestro es ahora el cielo, los árboles cercanos y el paisaje montañoso a lo lejos. En este lugar simplificado se acomoda la arquitectura que completa el proyecto”.
El concepto de “acomodación” está, en este caso, plenamente desarrollado en su proceso de realización física. La arquitectura se ha acomodado en la parcela transformada, buscando dónde mirar y ubicándose según la trayectoria del sol. Se ha generado, así, un lugar compuesto de recorridos continuos entre el jardín y la vivienda, entre el exterior y el interior.
Como un ser vivo, pues, la casa toma una posición, se apoya en el terreno y se eleva sobre él, buscando la postura más cómoda. Absorbe energía del sol y la almacena. Como un ser vivo, bebe y se lava con el agua de lluvia (que también almacena). Se entierra para aprovechar la inercia térmica del suelo (temperatura interior estable todo el año). Con voladizos y huecos, la vivienda captura energía en invierno y se protege del sol directo en verano.
La piscina exterior crea un microclima que actúa como filtro entre el exterior y el interior. La forma de la casa produce un “efecto chimenea”: salida del aire caliente durante el día y entrada del frío durante la noche. Los materiales que la configuran son, en general, autóctonos: muros de piedra natural, suelos de mármol y carpinterías de madera. “Hemos optado por crear un lugar para el disfrute –comentan los autores–: tumbarse en una lámina de agua, nadar, tomar el sol, recorrer el jardín, moverse por todos lados con fluidez...”. También por los dinámicos espacios del interior.