Los árboles son tan altos y tienen una presencia tan poderosa que nos hacen sentir como niños asombrados ante los misterios del bosque. Así es como se sintió Bruno Erpicum, autor de esta casa, la primera vez que visitó el lugar (Sint Martens Laetem, en Bélgica). Él afirma que quiso retener esa sensación de fascinación infantil a la hora de concebir su proyecto. Esa magia tenía que ser preservada, y la arquitectura tenía que responder a esa geografía tan particular. "Un arquitecto puede construir una casa con cinco habitaciones y dos baños, o puede construir la misma casa, pero en la que cada mañana uno se despierte con buenas sensaciones. Y es que nuestro papel también es el de hacer la vida lo más agradable posible", afirma.
Nos hallamos ante una casa abrigada bajo una corona espesa de hayas. Un hábitat humano que anida en la propia naturaleza. Desde la entrada nos damos cuenta de que la casa se encuentra engastada entre la losa del suelo y el techo, que se presenta como una gran lámina blanca sostenida por algunas columnas. Entre ambos, los muros que dibujan en ángulo la entrada están recubiertos de piedra de esquisto, y penetran en el salón en tramos con presencia de valor escultural y funcional –pues uno de ellos acoge un hueco para estantes de una librería–.
El resto, todo alrededor, es puro cristal. Nada perturba el baño de naturaleza que nos rodea. La mirada se pasea verdaderamente bajo los árboles y más lejos aún. Allí donde la casa culmina, el césped deja lugar a una lámina de agua que hace rebotar la luz de la mañana sobre el techo de la cocina y donde el cielo se refleja, como invitado a la fiesta en un claro del bosque.
A la vera de ese surtidor de aromas tonificantes, el edificio mismo está concebido como un hueco de blancura y transparencia en el continuo frondoso del lugar. Por eso es posible “pasear” por los interiores, y el trayecto está puntuado por un patio que refuerza, todavía más, la proyección hacia fuera. El despacho está aislado de las áreas habitacionales, vinculado a ellas por ese jardín interior que guarda detrás de un velo la vida de la familia.
Más allá, en el paseo por la casa, arribamos al comedor y a los dos salones: uno para el invierno, otro para el verano. Concebida según la tradición, la cocina es el área privilegiada de la casa: por sus dimensiones, y por el modo en que el sol de la mañana baña todo el espacio y cada uno de los artefactos y productos naturales que compondrán la ceremonia familiar del desayuno.
En el centro de la construcción, un sólido muro de piedra separa las partes sociales de los dormitorios. En la periferia, la estabilidad está asegurada por las columnas metálicas cruciformes realizadas para el ensamblaje de los perfiles en L. Los elementos de carpintería verticales (puertas, armarios) llevan acabados en blanco mate que contrastan con el parquet de madera de wengué que pavimenta toda la casa.
El paseo interior llega, por fin, al mundo de los niños, que se desarrolla en habitaciones iluminadas por un patio discretamente integrado en el interior. Aquí también los rayos del sol barren el espacio a imagen del fenómeno que transcurre en un cuadrante solar, y cuando llueve “el titilar de la luz sobre la piedra se asemeja a las burbujas del champán”, escribe Bruno Erpicum en la memoria del proyecto.