El arquitecto Bruno Erpicum nos enseña su refugio en Bruselas

El arquitecto belga ha cuidado hasta los últimos detalles de su casa, en la que entramos de su mano para conocer todos los rincones.

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Bruno está sentado sobre el diván OW 150, de Ole Wanscher para Carl Hansen & Søn. La chimenea es un diseño del arquitecto realizada por la firma belga Vero Design.

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El sofá Shanghai es un diseño de Carlo Colombo para Poliform. Las dos butacas de madera de roble y asiento de cuerda son las CH25, y las mesas de centro son las CH008, diseñadas por Hans J. Wegner para Carl Hansen and Søn.

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La lámpara de pie con pantalla blanca es la Costanza, de Paolo Rizzato para Luceplan. Al otro lado, la lámpara de pie Tolomeo, de Michele de Lucchi y Giancarlo Fassina para Artemide. De espaldas, dos butacas Febo, de Antonio Citterio para Maxalto.

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Chaise-longue LC4, de Le Corbusier para Cassina. Lámpara Snake, de Bruno Erpicum para la firma belga TAL.

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La intuición artística ha guiado la mano de Erpicum en este proyecto, que ocupa el espacio a la manera de una escultura hecha para ser habitada.

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En la zona de entrada da la bienvenida el cuadro de gran formato titulado Tango, del artista Jan Peter van Opheusden, pintado en 1941.

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La mesa del office es la Flute, de Roberto Barbieri para Poliform. Sillas Softshell, de los Bouroullec para Vitra. Lámpara String Light, de Michael Anastassiades para Flos.

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Mesa T table, diseño de Erpicum, mientras que las sillas son las CH24, de Hans J. Wegner para Carl Hansen & Søn.

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El ascenso por la escalera que conduce a la planta de los dormitorios se ve recompensado por la luz natural que entra por la fachada acristalada, tamizada con cortinas blancas. En el pasillo, el puf Kipu, de Anderssen & Voll para Lapalma.

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Líneas esenciales en el dormitorio principal. Las lámparas son el modelo Tolomeo, de Artemide, diseño de Michele de Lucchi y Giancarlo Fassina.

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En el baño continúa la misma orquestación de materiales y volúmenes que en el resto de estancias de la casa, con la madera de roble dando forma al mobiliario diseñado por Erpicum. Lavamanos, de Alape.

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En la ducha, la luz cenital aporta una atmósfera especial a un espacio protagonizado por el hormigón visto. La grifería es el modelo OPS 24, de la colección Opus, un diseño de Bruno Erpicum para Ceadesign.

El arquitecto –según Bruno Erpicum– crea sucesivos espacios de vida y lugares de trabajo a partir de una cierta visión del mundo y de su propia profesión. En su caso, concibe la arquitectura como una disciplina y una práctica dotada de doble categoría: útil y artística. Proyecta moradas para el uso cotidiano de sus clientes, sin olvidar la creación de belleza. Su obra no surge de una tela virgen ni de una página en blanco, sino en un entorno particular, en un trozo de tierra y en una región del mundo determinados.

Y es justamente en ese preciso lugar (considera Bruno Erpicum) donde el arquitecto debe encontrar las fuentes de su arte, más que en los manuales. Aunque necesaria, no basta con la “letra” (las reglas, las teorías) para levantar un edificio digno del sitio que ocupa. La imaginación del arquitecto (devenido, entonces, artista) también interviene, dejándose impregnar por el aire del lugar, por sus historias antiguas y las sensaciones instantáneas que provoca.

La intuición artística ha guiado la mano de Erpicum en el proyecto de su propia casa, que ocupa el espacio a la manera de una escultura hecha para ser habitada. El arquitecto ha organizado una orquestación de materiales, de volúmenes y de fuentes de luz para que, atendiendo a las necesidades de la composición, el conjunto provoque una emoción nacida de la experiencia del espacio. El ajuste de las proporciones reemplaza (premisa de la arquitectura moderna) cualquier forma enfática de decoración.

Situado en terreno llano, a un metro por debajo del nivel del suelo, el edificio no excede los cinco metros de altura, reduciendo al mínimo el impacto visual. En principio desfavorable, la orientación se ha aprovechado para crear varios jardines –soleados o a la sombra– que, sin duda, forman parte de los interiores gracias a la sucesión de amplias aberturas que los incorporan a cada una de las zonas, las cuales están fluidamente comunicadas. En las fachadas, los materiales han sido seleccionados para que el paso del tiempo, en lugar de provocar un envejecimiento, muestre una bella pátina gradual. No hay degradación, en la pátina.

Los ladrillos de arcilla gris, largos y delgados, dibujan línea a línea la horizontalidad del edificio, y el contraste entre texturas (hormigón, madera) aporta a la geometría una vivacidad orgánica. En la fachada delantera (situada a unos diez metros de la vía pública) destacan los profundos voladizos, que sombrean largamente las estancias de la primera planta que dan a la calle. Limpias de cualquier elemento superfluo, las superficies (de hormigón, de madera, de vidrio) no muestran sino una iluminada esencialidad.

Las piezas de diseño y detalles decorativos (muchos, firmadas por el propio Bruno Erpicum) ocupan el espacio con la misma prestancia que la casa los límites del terreno. Por uno de sus extremos, la cocina se abre al jardín, poco a poco, a través de una zona de transición compuesta por una terraza (comedor al aire libre) y una vereda de adoquines, con troncos esculturales de árboles jóvenes.

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