El arquitecto –según Bruno Erpicum– crea sucesivos espacios de vida y lugares de trabajo a partir de una cierta visión del mundo y de su propia profesión. En su caso, concibe la arquitectura como una disciplina y una práctica dotada de doble categoría: útil y artística. Proyecta moradas para el uso cotidiano de sus clientes, sin olvidar la creación de belleza. Su obra no surge de una tela virgen ni de una página en blanco, sino en un entorno particular, en un trozo de tierra y en una región del mundo determinados.
Y es justamente en ese preciso lugar (considera Bruno Erpicum) donde el arquitecto debe encontrar las fuentes de su arte, más que en los manuales. Aunque necesaria, no basta con la “letra” (las reglas, las teorías) para levantar un edificio digno del sitio que ocupa. La imaginación del arquitecto (devenido, entonces, artista) también interviene, dejándose impregnar por el aire del lugar, por sus historias antiguas y las sensaciones instantáneas que provoca.
La intuición artística ha guiado la mano de Erpicum en el proyecto de su propia casa, que ocupa el espacio a la manera de una escultura hecha para ser habitada. El arquitecto ha organizado una orquestación de materiales, de volúmenes y de fuentes de luz para que, atendiendo a las necesidades de la composición, el conjunto provoque una emoción nacida de la experiencia del espacio. El ajuste de las proporciones reemplaza (premisa de la arquitectura moderna) cualquier forma enfática de decoración.
Situado en terreno llano, a un metro por debajo del nivel del suelo, el edificio no excede los cinco metros de altura, reduciendo al mínimo el impacto visual. En principio desfavorable, la orientación se ha aprovechado para crear varios jardines –soleados o a la sombra– que, sin duda, forman parte de los interiores gracias a la sucesión de amplias aberturas que los incorporan a cada una de las zonas, las cuales están fluidamente comunicadas. En las fachadas, los materiales han sido seleccionados para que el paso del tiempo, en lugar de provocar un envejecimiento, muestre una bella pátina gradual. No hay degradación, en la pátina.
Los ladrillos de arcilla gris, largos y delgados, dibujan línea a línea la horizontalidad del edificio, y el contraste entre texturas (hormigón, madera) aporta a la geometría una vivacidad orgánica. En la fachada delantera (situada a unos diez metros de la vía pública) destacan los profundos voladizos, que sombrean largamente las estancias de la primera planta que dan a la calle. Limpias de cualquier elemento superfluo, las superficies (de hormigón, de madera, de vidrio) no muestran sino una iluminada esencialidad.
Las piezas de diseño y detalles decorativos (muchos, firmadas por el propio Bruno Erpicum) ocupan el espacio con la misma prestancia que la casa los límites del terreno. Por uno de sus extremos, la cocina se abre al jardín, poco a poco, a través de una zona de transición compuesta por una terraza (comedor al aire libre) y una vereda de adoquines, con troncos esculturales de árboles jóvenes.