Madriguera Raval sirve de estudio y vivienda esporádica a un joven emprendedor que pasa la mayor parte del tiempo viajando por trabajo y que buscaba un espacio en el centro de la ciudad para poderse contagiar de la vitalidad del lugar, pero pudiendo, a la vez, aislarse del exterior, para disfrutarlo como lugar de descanso y trabajo.
El local, de 55 metros cuadrados reformado por el estudio Sarriera + Weinstock (Sa-Wei), tenía una apariencia de cueva, con techos extremadamente bajos, muy poca luz, una organización espacial nula y un bar situado enfrente del que emana un constante murmullo y vocerío.