Caminar por el barrio barcelonés de Horta tenía, hace unos cuantos años, algo de un viaje imaginario a la Nueva Orleans francesa, con sus casonas profundas y misteriorsas, inmersas en jardines tupidos y verjas historiadas. Algunas de aquellas casas modernistas de Horta han sobrevivido, y ésta tuvo la suerte de encontrar la mano de una interiorista y diseñadora que –guiada por el deseo muy definido de sus clientes– la ha devuelto a una vida perfectamente instalada en el tiempo presente y sin, por eso, perder el “misterio”.
Construida a principios del siglo xx, la casa ha sido ampliada por el arquitecto Jordi Garcés. Del interiorismo se hizo cargo Alicia Fernández, quien recibió por parte de los clientes unas indicaciones que significan todo un programa propio de vida doméstica: maderas en tonos claros, colores contrastados, un salón no convencional y versátil, persianas venecianas, luz indirecta y un baño de cristal que deje ver los bambúes del patio.
La concordancia entre un deseo bien perfilado por parte de los clientes y el talento y la pericia en su interpretación y realización a cargo de los profesionales que intervienen es, siempre, la clave de una vivienda que desprende armonía “interior”, no solo formal. Al entrar aquí, uno revive la experiencia de tránsitos memorables entre el espacio público y el ámbito interior: en una casa árabe, o andaluza, o romana, o de la América colonial, o japonesa. Casas hechas de colores (mostaza, verde oliva, berenjena, gris piedra, blanco roto) que saben vivir en el claroscuro, que tienen algo de vegetal y acuático, que reciben una luz filtrada por las plantas que los vuelve “pictóricos”. Toda una estrategia del interiorismo que produce un intenso efecto de frescura al entrar aquí en pleno verano.
“Un salón para tumbarse, más que para estar sentados”, habían pedido los dueños de la casa. De ahí el protagonismo del gran sofá modular y la ausencia de una mesa de centro, reemplazada por varias mesitas de apoyo. La madera de roble es clave en la creación de este interior de claroscuros: roble en el parquet, en las persianas venecianas, en la escalera, en determinados muebles, en una pared de la “sala de relajación” de aire zen situada en la planta superior.
En este espacio, esa pared enteramente de roble, donde alternan lo opaco y lo semitransparente (venecianas que filtran la luz ya tamizada por los bambúes), logra un sugestivo efecto “japonés”. Y nada de esto (de este mundo aparte) sería posible sin el patio abigarrado de plantas, sin las pérgolas de teca, sin los sofás modulares, sin la exquisita selección de mobiliario de firma italiana.